Aráoz y la verdad, la llave de un secreto

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Por Rómulo Berruti

Con un Brandoni que todavía sorprende por su enorme calidad interpretativa, el escritor que fue base de El secreto de sus ojos se vuelve ahora teatro de la mano de Gabriela Izcovich en Aráoz y la verdad. Brilla también Diego Peretti

Con un Brandoni que todavía sorprende por su enorme calidad interpretativa, el escritor que fue base de El secreto de sus ojos se vuelve ahora teatro de la mano de Gabriela Izcovich en Aráoz y la verdad. Brilla también Diego Peretti.

Trabajando una sustancia similar a la que pone hondura y misterio en La pregunta de sus ojos -tan felizmente llevado al cine- el escritor Eduardo Sacheri inquieta y sorprende en Aráoz y la verdad. Otra vez confió en autorizar la fuga de la mera literatura y otra vez acertó. Gabriela Izcovich lo hizo teatro en una obra exquisita.

Un cuarentón despistado, pronto veremos que también angustiado, baja de un tren que de por sí es un anacronismo en un pueblito remoto. O’Connor es poco más que el cartel de la estación y dos estaciones de servicio. En la más vieja, donde cargan gasoil dos camioneros improvisados y temibles, vegeta Lépori, el encargado, un hombre que acaso esté por caer en los setenta o que ya los superó, importa poco.

Cuando ambos se encuentran, Sacheri-Izcovich los encapsulan en una burbuja de pasado, de mentiras y sobre todo, de secretos. Uno, básico, alude a un remoto incidente entre dos futbolistas desteñidos no sólo por el tiempo sino por su cabal insignificancia deportiva. Otros, íntimos, son apenas coartadas para seguir vivo. Aráoz dice buscar a uno de ellos, el dueño de esa gasolinera. Como no está, Lépori se convierte sin ganas en su alter ego. Nada más. Pero de la charla y una progresiva confianza mutua sube la niebla difusa primero y más sólida después con la cual busca su forma la condición humana. De a poco, la intriga alrededor del ausente y su dudosa conducta deriva en otro enigma que hace al vínculo -tácitamente fugaz- entre esos dos tipos descolgados de un presente oxidado y unidos en cambio por la soldadura firme de los recuerdos.

Sacheri, como un entomólogo, tiene ante sí un mundo minúsculo pero que puesto bajo la lupa del que sabe mirar adquiere la magnitud de un nada despreciable dilema moral. Izcovich a su vez nos pasa esa lente para que la usemos no como lectores sino como espectadores. Se despliega así un hecho escénico que transita el sendero ya sin retorno que huye del antiguo costumbrismo para ponernos ante otro teatro que también habitan seres reconocibles pero despojados de aquella hojarasca tan eficaz para el entretenimiento que ocultaba sin embargo la médula. Es el idioma que con tanto acierto cultiva e impone Yasmina Reza, autora en buena medida fundacional.

Y si bien es cierto que la pieza se queda con poco que decir al cumplirse la hora exacta de espectáculo, luego de un monólogo estupendo de Lépori que Brandoni convierte en una lección única de interpretación, el breve lapso siguiente sirve para elaborar y condensar el remate justo, sincero, creíble. El fin de un viaje absurdo que como tantas veces en la vida tal vez sea para Aráoz su camino de Damasco, la salida del túnel. Con un buen diseño de ambientación que permite modificar ambientes sin brusquedad y usando bien tanto el espacio como los efectos sonoros, Gabriela Izcovich consigue armar una puesta simple y atractiva que traslada al escenario el universo literario que aprovechó de Eduardo Sacheri.

Lo demás es, como siempre, de los actores. Y la sabiduría de Luis Brandoni en Lépori lo convierte no sólo en el referente básico de la propuesta -acaso su verdadera razón de ser- sino también en un ejercicio tan bien ejecutado en cada tramo de la partitura que todavía sorprende. Lo de Diego Peretti no se limita al son de fondo, a dar los pies, sino que debe sostener un personaje fuerte por sí mismo, el gatillo de todo, el que da título a la obra. Y lo hace con mucho vigor y mucha clase. No es fácil un mano a mano con Brandoni, pero él tiene probada garra de protagonista que aquí vuelve a dejar huella. David Di Nápoli, soldado veterano de tantas batallas teatrales, abre con un toque fresco de humor la perpleja llegada de Aráoz. Se estrenó en La Plaza y de verdad, vale la pena disfrutarlo.