Vegetal

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Por Fabián D´Amico

Unipersonal donde Claudio Pazos reafirma sus formidables condiciones interpretativas.

Julio habla con un acento castizo y una cadencia peculiar. Está vestido con un impecable traje blanco que hace juego con el recinto donde se desarrolla la acción, una sala o habitación de un hospital atiborrado de bolsas de suero y cientos de caños plásticos. Fuma de una manera muy particular. Se dirige al público y le cuenta que su nombre se debe al fanatismo de su padre por Julio Iglesias, aunque el nunca pudo compartir esa afinidad ya que es sordo de nacimiento. Se acomoda en la cama y explica que se encuentra en ese sitio porque acaba de entrar en coma, de caer en un estado vegetativo, una nueva manera de escaparse de un mundo un tanto hostil para el.

En esa ámbito aséptico, Julio tendrá un “dialogo” con su padre, un ser precario y elemental quien nunca pudo conectarse de manera directa y fluida con su hijo; el hijo de Julio, un nene inquieto y sagaz que presenta una visión ácida sobre la vida familiar; y la enfermera que lo cuida, una enamorada de Julio Iglesias y único ser que muestra algo de cariño hacia el “vegetal”.

Los vínculos sociales que experimenta una persona especial, las relaciones filiales, la comunicación y la falta de ella, la pasión compartida por muchos hacia un artista como “ser familiar y cotidiano” con quien conversar, son algunos de los tópicos que Claudio Pazos como autor aborda en su unipersonal, donde la risa nerviosa de la platea denota cierta irreverencia en el abordaje de ciertos temas delicados, aguas en las que Pazos se desplaza con comodidad luego de tantos irónico shows con Carne de Crítica, grupo formando junto a Francisco Pesquiera y Carlos Argento.

El logro de un equilibrio entre la dramaturgia y la actuación, cuando el autor es quien además pone el cuerpo sobre el escenario, es difícil y casi siempre una de las dos artes primas sobre otra. En Vegetal el actor fagocita al dramaturgo. La actuación de Pazos, con una marcación y contención notoria y notable de Pablo Razuk, prima ante cualquier logro del texto. Los cuatro personajes que interpreta (Julio, su padre, su hijo y la enfermera) forman un compendio variado de emociones encontradas y miles de matices. Entrar en el mundo que propone Pazos implica comprometerse racional o sentimentalmente con alguna de estas criaturas que se debaten entre la soledad y la incomunicación. Solo un cambio mínimo de vestuario vasta para que del mundo infantil pasemos a la aridez de la madurez o la ingenuidad de quien convive permanentemente con la muerte.

Una banda de sonido con los mejores temas de Iglesias en su versiones originales e interpretados por el actor desde la óptica de cada una de sus criaturas, un acorde ambientación escenográfica y una coreografía precisa de Mecha Fernández son los rubros técnicos que dan marco a Vegetal, unipersonal que deja por sentado un promisorio camino de Pazos como autor pero que reafirma su calidad extraordinaria de actor multifacético.