Un pase de fantasmas

Por Silvia Sánchez

Comentario de Silvia Sánchez de la obra Squash.

Si con La forma que se despliega -sexta de las producciones del proyecto Biodrama- su director Daniel Veronese ensayaba una autobiografía “falsa” para llegar a una “verdad cruda” -un padre que pierde a un hijo-, poco tiempo después con Nunca estuviste tan adorable de Javier Daulte, asistimos al gesto inverso: una autobiografía “verdadera” (la historia de sus propios padres y abuelos maternos) que intenta llegar a una “ficción luminosa”.

En el teatro Sarmiento se está presentando Squash, la última de las obras el proyecto Biodrama timoneado por Vivi Tellas, el cual intenta reflexionar sobre el valor de las historias individuales y singulares en un mundo descartable y sobre como las mismas, construyen la Historia.
Dirigida por el cineasta y debutante teatral Edgardo Cozarinsky, Squash también parte de una autobiografía verdadera (la propia historia de vida del actor Rafael Ferro) la cual se ficcionaliza. Pero aunque Squash zarpe de puertos “daulteanos”, el puerto de arribo es “veronesiano”. Es decir, la obra cuenta -tal como afirma su director- los rincones más sombríos e íntimos de la vida de Rafael Ferro: su adolescencia bajo la dictadura (con la cual su padre parecía simpatizar), su adicción a las drogas, su conflictiva relación con una madre todo el tiempo “poseída”, el suicidio de su amante Karol, su problemática relación con las mujeres, su afición al squash como modo de “encauzar” tanto exceso de energía. Todo eso que la obra cuenta es “verdad”. Le pasó a Rafael Ferro (que en la obra obviamente, se llama Rafael). En ese sentido, el procedimiento es daulteano. Pero si con Daulte el final era felíz y reparador, con Cozarinsky arribamos a esa verdad cruda de la que hablaba Veronese: aunque la obra termine con una coreografía bailada y cantada (un final en donde sobrevuela un cierto espíritu holywoodense similar al de Nunca estuviste tan adorable), el sabor es pesadillesco, huele a tortura. Pero atención: para el que lo ve. La catarsis de la que hablaba Aristóteles funcionando inversamente: si en la tragedia canónica eran los espectadores los que “expurgaban sus pasiones” a través del trabajo actoral, aquí es el actor el que libera las suyas, a través del trabajo espectatorial. Rafael Ferro, pudo “encauzar su energía” no en el squash -como sus padres hubieran querido- sino en el teatro. El problema es que nos “tira la pelota a nosotros”.

La analogía deporte-teatro -obviamente- subyace todo el tiempo: homologados aquí para “calmar” los excesos de Rafael (en la obra se cuenta que el squash nació en las cárceles con el fin de lograr calmar a los presos) la historia del teatro tuvo desde sus inicios exponentes claros de este binomio: desde Pablo Podestá, pasando por el Tato Pavlovsky, el parentesco no solo existió sino que también fue teorizado -entre otros por el mismo Pavlovsky-.
El espectáculo comienza con una imagen: la planta del pie de Rafael. Su madre nos señala dos líneas: una vertical que es la que da cuenta del viraje de Rafa del deporte a la actuación, y otra horizontal que representa la pulsión de muerte de Rafael, la cual retorna una y otra vez. Pero si bien los espectros “mortíferos” de Rafael no se cansan de retornar, el trastornado parece ser el espectador. ¿Ficción? ¿Realidad? ¿Teatro testimonial?. En todo caso, el objetivo Biodrama parece estar a sus anchas. Squash- Escenas de la vida de un actor (subtítulo molesto si los hay) nos pone en crisis, nos hace dudar, nos confunde. Como en la escena en donde el padre de Rafa le dice a alguno de la platea: ¿usted no cree Cozarinsky que tengo razón? y -casualmente- el interpelado es el propio Cozarinsky que esa noche fue a ver la función. Es precisamente en este “vaivén” realidad-ficción, donde el proyecto Biodrama nace, se apoya y se expande. Vidas que hacen de textos, dice Vivi Tellas. Textos que hacen de vidas.

En Squash están las “verdaderas” líneas del pie de Rafael, las “verdaderas” fotos de su vida (proyectadas sobre el fondo del escenario), los “verdaderos” recuerdos (como el de su debut sexual con dos prostitutas pagadas por el padre) del “personaje-actor” (a propósito... ¿qué diría Brecht a todo esto?). Pero también están en Squash los recursos teatrales a los que apela el director -el melodrama, el baile, la música, la escenografía- pero también hay un espacio y un tiempo que son imaginarios, pero también hay actores que actúan (Marta Lubos, Carlos Kaspar, Jimena Anganuzzi, Lautaro Delgado, Gonzalo Heredia, Leticia Manzur, Agatha Fresco y Beatriz Thibaudin).
Rafael Ferro transcurre gran parte de la obra encerrado en una caja transparente que deviene cancha de squash o discoteca, o lo que la circunstancia dramática requiera. Pero acaso del encierro se haya liberado ya. Acaso el encierro pertenezca de allí en más a los que están del otro lado, a los que están sentados (con la energía contenida) en la butaca.
Confusión, enredo, impureza, líos sin resolver. ¿No era él, el que tenía problemas y no nosotros?. Si algún espectador distraído piensa que a este chico le hace falta terapia nos animaríamos a decirles que no: que encontró en el teatro su método curativo (Sí, ya sabemos, hacer teatro no tiene nada que ver con ir al psicólogo, es solo una metáfora). Ahora el problema es más nuestro que de él: tal vez no precisemos ni divanes, ni clases de pilates para resolver el lío. Tal vez nos alcance con alguien que nos ayude a comprender un poco cual es el limite -la relación- entre eso que llamamos “realidad” y eso que llamamos “representación”.