Un chico Almodóvar

Por Silvia Sánchez

Cancionero Negro

“Cancionero negro”, el recital payaso que la semana pasada se estrenó en el Espacio Callejón, tiene que ver con el amor. O mejor dicho, con la ausencia de amor y con el dolor que de ella nace.

Ideado e interpretado por Darío Levin, se trata de un espectáculo en donde la frontera que separa a los géneros teatral y musical, pareciera quedar abolida. Pero al parecer, poco importa tamaña distinción a los hacedores: “Cancionero negro” lleva las uñas pintadas de rojo, es alcohol, es cuerpo, es una vocación por la desmesura llevada a escena. “Cancionero negro ” se hizo para gozar.

Lo otro – la reflexión y esas cosas aburridas- será pues, tarea de los perseguidores de rótulos y categorías.

Se podría pensar que poco hay de teatro en esta puesta en la que un cantante -vestido de payaso- interpreta melodías con las cuales intenta conjurar el abandono y la sordidez que nacen del desamor. Sin embargo, a pesar de la ausencia de un “texto dramático”, la obra de Levin bien podría pertenecer al genero teatral.

El actor, cantante y director, “compone” un personaje: un payaso muerto de amor. A partir del trabajo corporal y también de la emoción y el ritmo que le imprime a su voz -tanto como para decir como para cantar- Levin bien lejos está de ser meramente un cantante.

El registro paródico que el entonces actor le imprime a su payaso, está en consonancia con el repertorio de canciones elegido y con el alejamiento del plano intelectual que la puesta propone.

La estética de la exasperación que inunda la obra -y que salpica hasta a los espectadores que ríen estruendosamente ante cada comentario del payaso- evoca al Almodóvar iniciático, aquel de los corazones rojos y el dolor a flor de piel. El repertorio escogido a la hora de exorcizar el sufrimiento ante la falta de amor, desnuda fatalmente (un verbo que aquí encaja a la perfección) la admiración del payaso -o del actor- hacia la “exagerada ” Chavela Vargas. Aunque también desfilan rancheras y algún que otro tango (como el bellísimo “Tu”) para conjurar ese paisaje del dolor que se presenta ante los ojos de los espectadores.

Una estética que no se agota en los procedimientos de actuación sino que alcanza al vestuario - brillos, colores rojos y tules - y a la escenografía –velas encendidas, copas y elementos brillosos-.

El toque de suavidad pareciera venir de la mano de los sonetos de un ingles refinado llamado Wiliam Shakespeare, aunque Levin prefiera mantener el tono elegido para el total de la obra (rojo) a la hora de decirlos.

Algunos dirán que es teatro. Otros que no. Poco importa. Lo que importa es que la risa se vuelva lágrima. O que tantas lágrimas causen risa.

“Cancionero negro” es en todo caso un abanico de boleros, rancheras y tangos. Géneros musicales que huelen a teatro. O sonetos con sabor musical.

Acompañado por Agustín Flores Muñoz y Pablo Mengo en guitarras, el payaso ideado por Levin intenta -pese al título del espectáculo- provocar risa. Y algún intelectual le habrá soplado al oido que es llevando el dolor hasta límites exagerados, como tal vez pueda conseguirlo.