Tres actos para el humor

Por Fabián D´Amico

¿Y cómo se llama la obra?, efectiva comedia para el lucimiento de los protagonistas y el divertimento de un público familiar

Años atrás, hablar el teatro que se realizaba en Mar del Plata durante el verano, suponía una receta muy simple: nombres conocidos de la televisión, una comedia escrita para ese elenco (o adaptación de alguna pieza conocida), un living como escenografía única. Un producto realizado para el gusto y exigencia de un público que asistía al teatro a ver a las personas que a diario invadían sus hogares desde la televisión. Durante la década del ’70, el Teatro Provincial, fue testigo de este hecho, con comedias escritas por Abel Santa Cruz, protagonizadas por los galanes de esa época y grandes colas en la rambla para obtener una entrada. Con el correr del tiempo, y al afianzarse esta ciudad en el terreno teatral, una heterogénea oferta de propuestas fueron ampliando la cartelera, pero siempre manteniendo en su armado una premisa clara: el cliente (llámese público) tiene la razón y hay que darle lo que pide.

Un claro ejemplo de esto es ¿Y cómo se llama la obra?, pieza que reúne sobre un escenario a una pareja, en la vida real, más que mediática: Graciela Alfano y Matías Alé. Luego de casi un año de exposición televisiva y de la llegada obtenida por Alé con la audiencia juvenil por su participación en “Patito Feo”, la pareja decidió dedicarse de lleno a brindarle al público, lo que éste quiere de ellos.

Al poco de comenzar la función de ¿Y cómo se llama la obra?, uno se sorprende al descubrir que detrás de los habituales mohines de la actriz y de la postura clownesca de Alé, se esconde una buena comedia. De origen brasilero y llamada “O gato vira lata”, la obra escrita por Juca de Olivera, tiene un planteo bien delineado. Una mujer enamorada (y un tanto obsesionada) de un joven muy liberal, recibe como planteo del hombre, la falta de romanticismo en la pareja. Al quedar expuesta esta falencia, la relación se quiebra. Desesperada, la mujer se topa con un biólogo, con una visión muy particular sobre el compartimiento de las especies, en especial, en cuanto a la atracción del macho hacia la hembra y viceversa. Ofreciéndole buen dinero, la abandonada mujer se ofrece al biólogo como material de estudio en pos de hallar la respuesta para sus fracasos amorosos. La relación entre el estudioso y el material de estudio pasa los limites profesionales y se convierte, junto con el ex novio que regresa arrepentido en busca de su amor, en un triangulo; en donde la mujer deberá tomar una decisión muy importante sobre el destino de su vida.

Con este material, y con los protagonistas con los que cuenta, un factor fundamental en cuanto al resultado del espectáculo es el director. Omar Calicchio realiza un trabajo preciso, casi artesanal, logrando un delicado equilibrio entre lo que el público anhela ver en sus figuras conocidas, y las exigencias que el desarrollo de la obra pide. Los chistes de Alé, sus ocurrencias y personajes; y la figura de la Alfano, en un sensual baile, son elementos tomados por el director e incluidos en la obra, logrando que éstos sumen y no resten. Plagadas de situaciones reideras (es desopilante la escena del bar, donde Alé cuenta sus conocidos chistes) y dentro de una funcional escenografía, la puesta en escena es dinámica y mantiene un ritmo sostenido durante toda la función, sobre un escenario de escasas dimensiones, merito también de Calicchio y de su conocimiento acabado del sentido del show.

En cuanto a las actuaciones, Graciela Alfano realiza una fresca composición. Contenida dentro de un papel, ésta le aporta mucho de su cosecha al mismo, pero sin caer en un personaje caricaturesco. Lejos de su desdibujada actuación en Fifty Fifty, Graciela Alfano juega bien a la comedia, acercándose a su recordada intervención en “Descalzos en el parque”, de Neil Simon, autor y estilo de obras que la actriz no debería haber abandonado.

Matías Alé es una verdadera revelación. Si bien con mucho de su personaje televisivo, y vistiendo a su criatura con atuendos ridículos que la platea festeja, maneja su personaje con solvencia y logra con la platea infantil una comunicación asombrosa. Se lo nota seguro sobre el escenario y divierte desde el propio disfrute, actitud que traspasa el escenario y llega en forma clara al público.

Por último, Omar Callichio aporta sus conocidas dotes de comediante, en un personaje distinto a los encarados anteriormente por el actor, demostrando su amplia cuerda. Es, sin duda, el generador de los climas y disparador absoluto de todas las situaciones reideras de la comedia, aprovechas y explotadas al máximo por sus compañeros de elenco. Un tercer elemento fundamental y exquisito, dentro de este trio, para el desarrollo de la trama.

¿Y cómo se llama la obra? es un divertimento efectivo, con una buena comedia como base y tres actuaciones divertidas, cuyo objetivo claro y explicito es el disfrute de un espectáculo para toda la familia.