Tita, la diva vuelve a ser

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Por editor

Nacha es Tita, afirman la publicidad y los créditos de esta nueva apuesta en el género musical de manufactura nacional, y es así; ella es el pilar fundamental de todo este atractivo proyecto.

Nacha es una artista inmensa, como Tita y ese es quizás uno de los muchos puntos de contacto que tienen las dos, lo que le permite plasmarla con naturalidad, profundidad y simpatía. Tita tenía una personalidad compleja, sin embargo se hacia admirar, querer y hasta odiar sin reparos; Nacha cristaliza a la perfección todas estas facetas y las desarrolla nutriéndolas de matices a lo largo de todo el recorrido por las distintas edades del personaje. Su trabajo interpretativo es mayúsculo.

A la misma altura, encontramos su desempeño como directora general, puestista en escena y diseñadora de iluminación. Ella logra equilibrar y retroalimentar todos los elementos de una puesta que por momentos recurre a un tono cinematográfico, creando momentos de gran impacto y emotividad como el vals en contra luz con la luna. El uso de los “claro oscuro” subraya todo el tiempo el complejo mundo interior del personaje protagónico, posibilitándole a la actriz el lucimiento de una composición tan sólida que no requiere de estar iluminada, llegando a la platea con sus matices vocales y corporales.

Alberto Negrín, ofrece un planteo escénico - espacial, muy interesante que se amolda a la perfección a cada una de las escenas, con una estética que remite, que insinúa, sin llegar a ser naturalista y a la vez permite volar visualmente a momentos mágicos o más poéticos.

El diseño de sonido, es fundamental para la apreciación de un musical, y acá Gastón Briski y Alejandro Zambrano nos ofrecen uno de los mejores que sean podido apreciar en los últimos tiempos: sólido, con matices, limpio y no estridente. Alberto Favero aporta su profesionalismo y talento brindando una ajustadísima recreación musical de la época.

Ahora, hay algo que no arroja un saldo positivo y es el libro del proyecto; acá los autores pareciera que no encontraron el timing entre las escenas, bastante anecdóticas de por sí.
Se presenta una estructura casi predecible que no ahonda en conflictos, solo en pasajes ilustrativos. El desenlace de algunas escenas hacia los temas musicales es, en algunos casos, demasiado obvio, como por ejemplo en “¿Dónde hay un mango viejo Gómez?” y “¡Mama, yo quiero un novio!”.
Es válida la elección de temas consagrados por Merello para acompañar la historia, pero estos no siempre permiten acompañar fluidamente la narración de la misma.

Por último, celebremos la elección del proyecto por parte de la producción, que permite de esta manera generar un proyecto con artistas y profesionales nacionales, brindando todos los recursos para que puedan crear y seguir haciendo crecer este querido y difícil género en el país.

Gonzalo Castagnino