Quien dijo que todo está perdido

Por Silvia Sánchez

Thelma Biral encontró en Oscar y la dama de rosa, un texto que la deslumbró desde el vamos.

“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, le dice el recio Bogart a la frágil Ingrid Bergman en esa joya fílmica llamada Casablanca. Por detrás de ellos, los cañones alemanes resuenan cada vez más fuerte confundiéndose con los latidos del corazón de ella y en esos momentos -cuando uno es testigo de un mundo espantoso- ni el más pesimista podría pensar que las cosas se derrumbarían aún más.

Acaso el mundo se ha derrumbado ya, pero si aún se está a tiempo, el amor parece seguir siendo un antídoto contra “la oscuridad de la razón”.

En un hospital, un niño llamado Oscar se está muriendo. Una mujer -que pertenece a una organización de voluntarias conocida como las Damas Rosas- le propone una cura cuya medicación es el amor y el juego a través del cual el joven se conectará con mundos invisibles. Así, Oscar se acercará a Dios, a la esperanza, a aquello que no conoce aún, a aquello que hace más suave su partida y que detiene un derrumbe que viene de lejos.

Thelma Biral encontró en Oscar y la dama de rosa -en ese afán que tiene de andar buscando obras todo el tiempo-un texto que la deslumbró desde el vamos. Parte de una trilogía sobre el islamismo, el judaísmo y el cristianismo, la obra que se estrena en Multiteatro y que la tiene como única protagonista es para la actriz “una pieza muy esperanzadora”, como le comentó Susana Rinaldi cuando asistió a uno de los ensayos generales, esos tan exigentes con colegas que lupa en mano miran para después hablar. “Por suerte tuvimos muy buenas repercusiones, la gente se engancha mucho y participa mucho, yo estoy muy contenta”, afirma la actriz.

El estar contenta de Thelma Biral tiene que ver con esa felicidad que le da el teatro, ese espacio que también -a través del juego- permite detener el derrumbe y conectarse con otros mundos, otras realidades. “Cuando no hago teatro me aburro, no sé que hacer…()…a mí me estresa la vida, no el teatro”.

Vaya declaración de principios para esta mujer que tiene por el teatro un amor “reverencial”: “Hace poco dije en una entrevista que en el teatro ya no había heroínas, pero en el mundo en el que vivimos creo que todos somos héroes”.

“Yo creo que hoy todos somos sobrevivientes-continúa- pero la verdad es que yo soy tan feliz con lo que hago que sería injusto decir que sobrevivo, es mucho más que eso…cuando me subo al escenario siento que estoy en una islita con el corazón bien acomodadito y no sabes el “raje que me pego”… me hace muy dichosa”.

Claro, después el viaje termina y la realidad -que para Thelma hoy por hoy supera ampliamente a la ficción- aparece para recordar la sentencia de Bogart. Y es allí cuando ella recurre a sus anticuerpos: ir al teatro, ver a sus colegas, dar clases para aprender de sus alumnos.

“Esto que estamos presentando es teatro puro”, dice esta mujer de belleza intransigente y hablar pausado, esta mujer cuya felicidad nada tiene que ver con la desmesura, sino todo lo contrario. “Esta obra es revalorizar lo que es ser actor, hoy todo está metido en una misma bolsa por eso estoy tan contenta con lo que estamos haciendo. Somos un grupo de gente que tiene ganas de llamar a las cosas por su nombre, y esto es teatro”.

Ese grupo de gente -“son muy generosos y compañeros” afirma- está compuesto por Oscar Barney Finn en la dirección (con quien hizo el único monólogo de su carrera previo a este), Emilio Basaldua en la escenografía, Roberto Traferri en las luces, Mini Zuccheri en el vestuario, su hijo Bruno Pedemonti en la producción general, y un puñado más de personas que la ayudan a crear “invisibilidades” a través del juego.

También la acompaña el autor Eric -Emmanuel Schmitt, quien pasó por la experiencia que narra y pudo sobrevivir, responsable para la actriz de un texto “delicado sutil y frágil”.

Delicada, sutil y frágil: así aparece ante los ojos de quien por primera vez la ve, esta mujer que a los veinte se vino del Uruguay siguiendo un amor y que nunca más regresó porque aquí se tropezó con una carrera para la que trabajó siempre mucho.

Oscar y la dama Rosa -homenaje a esas mujeres que van a los hospitales a practicar la solidaridad y el amor, entre las cuales la actriz tiene varias amigas- se estrena para el público este jueves y asistir, es una buena manera de reencontrarse con el teatro, de tropezarse con una actriz que jamás pregunta “cuantos son” porque su entrega no se modifica por estadísticas. Y es bueno porque el amor es reparador y antiderrumbes. Acaso aún estemos a tiempo.