Que veinticinco años es mucho

Por Silvia Sánchez

Venimos de muy lejos: retrata el abanico de identidades que pobló estas tierras a principios del pasado siglo.

Visionarios. Algo de eso fueron Adhemar Bianchi y su troupe cuando hace veinticinco años comenzaron a juntarse en la vereda para hacer teatro. Algo de locos adelantados; vecinos haciendo teatro en el barrio, amas de casa, jubilados señoritas en edad de merecer, viejos que la han vivido; vecinos del barrio de La Boca autoconvacados por la pasión, regla de oro de un bario que se sabe azul y amarillo.

Visionarios porque cuando el país estalló, allá por el 2001, la palabra comunitario se subió al podio y todo parecía andar por esos carriles. También el teatro que brotó incesantemente en las asambleas barriales como modo de creación artística y de resistencia social. Parecía incluso que solo lo comunitario estaba bien visto. Luego, pasado el sacudón, la palabra casi quedó en el olvido, casi que comenzó a sonar como mala palabra, como menor.

Hace veinticinco años que el grupo de teatro Catalinas Sur viene viendo un poco más lejos que el resto, y acaso sea eso lo que se está celebrando por estos tiempos en el Teatro de la Ribera con la reposición de la obra Venimos de muy lejos.

Estrenada en 1990, Venimos de muy lejos retrata el abanico de identidades que pobló estas tierras a principios del pasado siglo con todos sus personajes arquetípicos: el gallego bruto y el tano gritón, el tanguero chamuyero, la francesita, el judío y demás criaturas que modelaron la identidad nacional construida por esos años. Personajes unidos por la pérdida de su tierra original y por el sueño puesto en un suelo ajeno y prometedor.

Lo interesante de Venimos de muy lejos es que la puesta se nutre de historias reales que los vecinos-actores aportaron al grupo a partir de los relatos de sus propias familias.

Especie de “biodrama popular” el éxito de Venimos de muy lejos (y del grupo Catalinas) tal vez resida en esa “verdad escénica” y en ese transpirar la camiseta que el grupo transmite y contagia. Lo cual no implica reducir el fenómeno a los andariveles sociológicos; claro está. El grupo Catalinas hace teatro y a esta altura, poco importa que fue primero, si el huevo o la gallina.

La estructura dramática de la pieza, la puesta en escena y las actuaciones (obviamente algunas más destacadas que otras) le han valido a Bianchi y a su gente un lugar preponderante en el campo teatral argentino y le han otorgado, justamente por su gran dosis de teatro, la permanencia que hoy festejan y que muchos de grupos de similar índole no han sabido conservar por debatirse entre lo social y lo escénico sin mayor claridad.

Al parecer, las cosas aquí estuvieron claras desde el principio, y es ese equilibrio que el grupo logró sostener desde sus inicios el que hoy le permite festejar su cumpleaños con amigos (murgas uruguayas y referentes de circo callejero y popular) y con teatro.