Princesas rotas

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Por Fabián D´Amico

Comedia ácida e irreverente sobre un flagelo social como lo es la explotación laboral. Destacadas actuaciones y creativa puesta en escena.

La explotación laboral, el maltrato empresarial, la violencia de género, los sometidos frente a los opresores son temas recurrentes a la hora de retratar una realidad particular en el teatro. Ahora si esto temas tan serios y combatidos se toman con humor, el resultado puede resultar sorprendente como ocurre con Princesas rotas, una irreverente comedia de Marcela Guerty y Pamela Rementería , estreno reciente en el Galpon de Guevara.

Un grupo de costureras trabajan sin descanso la noche de fin de año en la bodega de un barco, donde se oculta un taller clandestino. Cada una de las obreras está ahí por su propia decisión y escapando por algún motivo de las fiestas familiares. Una inmigrante paraguaya con fuerte carácter de sindica reclama por comida, bebida y descanso; una divertida chica trans espera con ansias recibirse en la facultad, una gris joven huye de los maltratos familiares y una bella muchacha escapa de su destino evangélico y oculta detrás de su ponchito algo imposible de disimular.

Las cuatro costureras son víctimas del maltrato de “la dueña”, tan ambiciosa como yerma, quien busca desesperadamente un descendiente de donde o quien sea. El barco está atracado en puerto, ya que el capitán Beto no acudió a su trabajo. Con el correr del tiempo el público descubre al igual que las protagonistas que no solo las une el trabajo sino el amor, la pasión y el sexo con el mismo hombre: Beto. Peleas, reclamos y celos son interrumpidos por un fuerte movimiento del barco. La joven víctima de su familia puso en marcha el barco sin saber manejarlo ni detenerlo. Lo que ocurre desde ese momento es una sucesión de infortunios que marcan o potencian aún más los infortunios de las protagonistas.

Existen dos caminos posibles para plasmar esta historia: el drama realista o la comedia absurda. Las autoras eligen el segundo y se meten en él sin pruritos ni prejuicios. Grotesca en casi toda su extensión y en algunos momentos rozando el absurdo, Princesas Rotas requiere de una puesta osada y vertiginosa para reafirmar el juego planteado y Ezequiel Comeron entiende su misión como puestita y director.

Más allá de alguna desprolijidad fruto del acelere de la acción que en ciertas escenas se torna excesiva, la inclusión de canciones en vivo sobre una pista grabada con las voces (efecto que aumenta la artificialidad de la propuesta) que corta en parte la carga dramática de lo que se vive, y los bailes performaticos de las actrices son logros creativos de Comeron a la hora de plasmar una estética particular y efectiva, con un excelente soporte técnico de escenografía, proyecciones y luces – todas protagonistas indiscutibles de la puesta- poco habitual en el teatro alternativo.

Otro punto sobresaliente de Princesas Rotas- quizás el más logrado- es la entrega que las actrices le ponen a cada una de sus criaturas. Resulta difícil mencionar o destacar la labor de una sobre otra, ya que cada individualidad (Victoria Carambat , Payuca Del Pueblo ,Nadia Di Cello, Mariángeles Hoyos y Paula Staffolani) descolla en función del trabajo en grupo.

Princesas Rotas es una propuesta original, diferente, creativa donde el drama social visto con un prisma ácido y sarcástico y jugado plenamente desde la comedia, resulta menos doloroso aunque no por eso menos efectivo y shockeante. Una obra para dejar los prejuicios en el foyer del teatro y entregarse a la risa plena sobre un tema álgido y actual.