Por amor a ÉL

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Por editor

Del Mastro logra ejecutar una partitura visual arrolladora.

Ni bien pasan los primeros minutos, uno vence cualquier prejuicio de tildar a la propuesta de mero oportunismo comercial, y se hace evidente el amor con que se ha abordado la legendaria figura de… El Gitano.

El abordaje de tremenda figura, instalada en el inconsciente colectivo de toda América, no es una tarea fácil; tomando el mero camino biográfico se podía caer en un simple recorrido a lo “Wikipedia”. En este caso se optó por tomar como eje conductor el vínculo que a lo largo del tiempo, Sandro mantiene con una fanática devenida luego en una de sus “nenas”, Alicia. Ella es el personaje central, y en ella vemos a todas esas adolescentes que, atravesadas por el fuego de su ídolo, vieron alteradas sus vidas y lidiaron con su presencia a través del tiempo y las circunstancias. La elección es muy acertada ya que difícilmente se pueda definir la figura Sandro sin mencionar a sus “nenas”; ellas le aportaron una significación tan grande que son merecedoras de ser consideradas parte del mito.

Él es interpretado con maestría por Fernando Samartín. Sería injusto catalogar su labor de imitación porque, sorprendentemente, su entrega al personaje trasciende con creces la cáscara. Su creación hace vibrar y emocionar, no solo en los números musicales sino en los textos, en las pequeñas miradas y guiños para sus nenas, las del escenario y las de la platea. Sabe relacionarse y comunicarse con sus compañeros en escena de una forma inusual para alguien que no ha interpretado nunca antes un papel en un musical.
Alicia está en las manos de Natalia Cociuffo, quien sorprende por la gran candidad de matices que le aporta a su criatura:desde la ilusión adolescente de poder llegar a conocer a su ídolo hasta la adulta desolación de sentirse tironeada por sus dos amores, el fanático y casi onírico, y el real, cotidiano y conyugal. Su inmenso talento vocal está en esta propuesta a la par de su trabajo actoral; mesurada, sin sobresaltos, construye una Alicia tan humana que es casi imposible no empatizar con ella de entrada.
Cristian Giménez es Antonio, el muchado que ama a Alicia, la convierte en su esposa y la acompaña fielmente. Siendo un papel muy complejo, Giménez logra un trabajo correcto, con momentos de gran dramatismo y lucimiento vocal.

En el elenco, que es sólido y eficiente, hay algunos trabajos que se recortan solos y es justo mencionarlos: Leo Bosio, Mariela Passeri, Diego Hodara y el sorprendente Julián Pucheta (quien en Marisa y Simón ya había creado un simpático alumno).

Si hay algo que impacta, es el trabajo preciso y minucioso de Ariel Del Mastro, que logró darle a la propuesta un desarrollo visual y estético, haciéndola cobrar una identidad única. No hay grandes recursos, ni efectos; todas las técnicas ya han sido vistas pero nunca combinadas de una forma tan exquisita gracias a la dirección de arte de Jorge Ferrari, también responsable de la escenografía. Apoyándose en un diseño de video de Maxi Vecco, el único espacio escénico muta una y otra vez, generando los distintos ámbitos, a veces con algunos toques barrocos, setenteros o hasta algo kitsch, pero siempre del lado del buen gusto.

El vestuario, si bien ilustra la características de los personajes y el paso del tiempo (a veces con algún que otro error), no llega a plantear un lenguaje propio y meramente acompaña. Las pelucas muchas veces parecen como ajenas a los actores, distanciándose un poco de la magia que los otros lenguajes proponen.

La selección de temas es óptima y están ubicados dentro de la estructura dramática en lugares muy funcionales a la historia, haciendo que la acción no se detenga sino que fluya entre las canciones y las escenas.

Por último, si bien se celebra el enfoque que se le dio a la historia, el libro resulta demasiado predecible; comienzan las escenas y fácilmente se pueden adivinar los sucesos a acontecer o parlamentos por venir. Si la dramaturgia no pecara de cierta obviedad, el trabajo de los actores sería seguramente más profundo y el espectáculo escalaría a niveles de intensidad dramática insospechados; quizás la única asignatura pendiente de la propuesta.

De todas formas, “Por amor a Sandro” es una fiesta, a la que estamos todos invitados: los que lo seguían, los que busquen rememorar esos tiempos,los que quieran volver a sentir esos “fogonazos” de amor no van a salir defraudados.