No habrá más penas ni olvido

Por Silvia Sánchez

En el Teatro de la Ribera se acaban de estrenar dos de las obras más emblemáticas de lo que fue Teatro Abierto.

(Gris de ausencia y El acompañamiento)

País cerrado, teatro abierto. Eso decían los teatristas que, arengados por Osvaldo Chacho Dragún, fueron los responsables de Teatro Abierto: ese fenómeno que se consagró como el polo de resistencia cultural más fuerte en plena dictadura. Fue en 1981 cuando 21 autores y la misma cantidad de directores, comenzaron a reunirse con actores, escenógrafos, músicos y técnicos con el fin de poner en escena 21 obras que cuestionaban -con sus variables estéticas- los discursos dominantes de la época.

Y aquella gesta (claro que lo fue) se engordó a punto tal de exceder el campo del teatro e incluso del tiempo, pues hoy, a más de 25 años, dos de sus obras más paradigmáticas regresan: Gris de ausencia, de Tito Cossa y El acompañamiento de Carlos Gorostiza, ambas bajo la dirección de Hugo Urquijo.

En la primera, Cossa retrata el desarraigo y la nostalgia a partir de una familia cuyos integrantes responden a diferentes identidades debido a las diversas migraciones que han sufrido. La escena los reúne en un punto de encuentro que la familia tiene en Italia. Con Pepe Soriano, Luis Brandoni, Osvaldo de Marco, Adela Gleiger y Elvira Vicario, la pieza fue dirigida por Carlos Gandolfo en su versión original. En la nueva, Juan Manuel Tenuta compone al abuelo, Paloma Contreras a la españolísima hija Frida, Marcela Ferradás a la madre, Ricardo Díaz Mourelle a Dante y Mario Alarcón a Chilo.

Previo al inicio, una relatora (Monina Bonelli) hace las veces de presentadora y menciona ese punto nodal que vuelve representable -muchos años después- a la obra de Cossa. Gris de ausencia habla de la compleja construcción de nuestra identidad, dice la joven que tiene los mismos años que el fenómeno en cuestión. Salvando las distancias (las temporales pero también las estéticas), la pieza puede seguir hablando porque esas identidades híbridas y ese malentendido familiar, también son parte del presente. Cossa ha escrito una obra que se mueve en un equilibrio que oscila entre la referencia a un tiempo inmediato pero también, la referencia a un tiempo muy posterior. Volver a poner en escena aquellos textos, acaso sea un modo de reparar penas y olvidos, acorde con los tiempos justicieros que se corren.

Es en la construcción de los personajes en donde la pieza muestra los años transcurridos: cierta caricaturización de lo que es un tano, un español y un porteño hace de esas criaturas algo así como especies en vías de extinción.

Algo similar sucede con El acompañamiento, la segunda de las piezas representadas. Allí, Antonio Grimau compone a Tuco, un obrero a punto de jubilarse que sueña con ser como Gardel y que para eso, se recluye en su habitación a ensayar. Sebastián, amigo de Tuco interpretado por Pepe Novoa, llega hasta allí para persuadirlo, alertado por la familia de Tuco. Pero ese encuentro personal entre ambos protagonistas, revelará que las insastifacciones y los sueños truncos no son solo de Tuco sino que, pese a la fachada exitosa, a Sebastián también lo tocan.

Otra vez pero ahora de la mano de Gorostiza, la pieza se vuelve representable porque Tuco y Sebastián bien pueden ser también personajes de nuestros días.

La “posmodernidad” (si es que tal cosa existe) ha fabricado identidades confusas y deseos insatisfechos, ha fabricado enormidad de seres grises y frustrados y por eso, y porque se trata de piezas de dos de los dramaturgos más reconocidos de nuestro país, uno se estremece más allá de cierto aire lejano.

Al igual que en aquel Teatro Abierto, la escenografía de Marta Albertinazzi se vuelve funcional a las dos puestas: apenas el cerramiento de una pared para pasar del living abierto de Cossa a la habitación cerrada de Gorostiza.

Antonio Grimau como el antihéroe Tuco y Novoa como su amigo Sebastián, se apoderan a turno de la escena en tanto que Tenuta hace lo propio con ese abuelo al que le toca pronunciar uno de los finales más infalibles del teatro nacional.

Teatro abierto fue el primer movimiento cívico de resistencia a la dictadura, dice el director Hugo Urquijo.
Ojalá algún día, esas piezas envejezcan. Al menos un poco.