Nada de grises

Por Silvia Sánchez

En el teatro El cubo -ahora a manos de Fernando Peña y No molestes Producciones- se acaba de reestrenar El año del leberwurst de Cristian Morales.

Difícil de encasillar estilísticamente, la puesta comienza en las afueras de la sala, en donde uno de los siete protagonistas canta una canción y su partenaire -que lo mira embobado- lo persigue y le balbucea todo el tiempo que lo ama. Ya una vez adentro desentrañaremos el vínculo que se anuncia en las afueras: una pareja despareja en sus intensidades afectivas.

El año del leberwurst habla precisamente de las intensidades afectivas, de sus vínculos y de sus itinerarios.

La obra transcurre en la fiesta de cumpleaños de un profesor de gimnasia de seis jóvenes: un profesor bastante particular que todo el tiempo intenta forjar una imagen de masculinidad (desde el mismo inicio de la puesta en que hace su aparición en una enorme moto), imagen que se irá desdibujando con el correr de los minutos.

Al inicio, una voz en off se pregunta que sucede cuando dos hombres se enamoran. La voz puede contestarse que sucede cuando eso pasa entre un hombre y una mujer, o cuando lo mismo ocurre incluso entre dos mujeres. Pero para el amor entre dos hombres no hay una respuesta precisa y acaso la obra sea un ensayo de respuesta a esa pregunta.

Por eso desfilan situaciones, personajes e historias que dan cuenta de ese vínculo desde diferentes lugares. Tal vez por eso las diferentes miradas y posibilidades hacen que la estética se torne ecléctica: con mucha información y mezcla de registros en donde la única actriz (Alicia López) aporta el infaltable tono bizarro.

Un leber simulando ser un pene, un chino que pasa publicidades, un varón que no llega a travestirse pero camina en la zona fronteriza, un profesor con slips invisibles, una pareja que se pelea, otra que se ama, coreografías de Madonna o de Caetano, referencias al HIV, alguien que sale de una torta y se muestra grotesca con sus medias caladas, el juego con el público, el lenguaje osado, los cuerpos desnudos. Todo un “collage” que -con buenas actuaciones e interesantes ideas- desafía a la narración clásica y desde todos los lugares “molesta” al espectador.

Sin embargo algo claro hay en la puesta y es que mas allá de que no se sepa que sucede cuando un hombre se enamora de otro hombre, hay algo que sí se sabe que no sucede: la ambigüedad. Por eso la puesta en escena -la escenografía, el vestuario y todos los sistemas sígnicos que están sobre el escenario- se hacen cargo del mensaje: todo es blanco o negro, no hay términos medios.

El eclecticismo solo es parte del juego que significa el teatro. Fuera de él y sin que el juego desaparezca, parece haber muchos menos matices.