A lo Brech, Galileo sobre la mesa

Por Silvia Sánchez

La compañía Ad Hoc le devuelve al teatro su poder de encantamiento.

Galileo fascinado por sus inventos, hablando de astronomía en el lenguaje de los tintoreros, retractándose; pasajes que desfilan entre muñequitos de cartón, memoria fallida y emoción.

En un minúsculo espacio del Centro Cultural Ricardo Rojas, la compañía Ad Hoc está realizando una hermosísima versión de Galileo Galilei de Brecht con una técnica que le devuelve al teatro su poder de encantamiento.

¿De qué se trata? Al inicio de la función, uno de los narradores introduce al público en la cuestión remontándolo a un universo para la gran mayoría desconocido: el siglo XIX en donde un tal Redington -dueño de una tienda-vendía pequeños teatros de juguete a la salida de las funciones, entonces vedadas a las mujeres y a los niños. Cuenta el narrador que a través de esos pequeños teatritos, los hombres reproducían -sobre la mesa de sus hogares- aquello que acababan de ver. Seguramente aquellos relatos tenían baches en la memoria, diferencias con el original; pero era lógico que eso sucediera pues los devenidos narradores reponían lo visto desde su mirada, su memoria y sobre todo, desde su emoción. Pero parece que la historia no se agota allí: Benjamín Pollock, yerno de Redington, hará de todas esas experiencias caseras y amorosas, una técnica teatral.

Recreando ese espíritu, la compañía Ad hoc representa siete actos de la vida de Galiei Galilei desde la técnica teatral de Pollock y en esa recreación, se dejan llevar -como entonces- por el recuerdo y la fascinación.

Así, al texto de Beltor Brecht, los narradores suman sus propios comentarios (antojadizos, excitados, alegres, dudosos) desnudando la enunciación teatral y rompiendo de ese modo con el ilusionismo.

Es que uno de los objetivos de la compañía es el de realizar un teatro científico, es decir, un teatro en donde el artificio de la representación no se le escamotee al espectador sino todo lo contrario; un teatro que le muestre el juego y -tal como lo soñaba Brecht- lo invite a jugarlo. En ese universo teatral (y en este) los hechos son subjetivos y capaces de ser modificados de acuerdo a quien los cuente.

Así, al igual que en el teatro de Pollock, los muñecos de ese pequeño teatro son manipulados por los narradores (¿actores? ¿titiriteros?) de diversos modos y, en pos de un teatro científico, la técnica es develada a los espectadores una vez terminada la función, cuando se los invita a pasar tras las bambalinas para ver todo lo que en un teatro relista estaría prohibido.

Al final de la pieza, uno de los narradores cuenta que tiene atrapada en un casette, la voz del actor que protagonizó la versión que nos narra. La cinta empieza a correr y oímos una voz que se entrecorta y que justo en el final, se vuelve indescifrable.

Entonces el juego teatral aparece en su máximo esplendor: no logramos saber cuales fueron las últimas palabras de Galileo, tampoco quien nos está contando el cuento las recuerda.

Tal vez seamos nosotros los destinados a reponerlas. Tal vez seamos nosotros los espectadores inquietos y despabilados que Brecht soñó.