La Prudencia

Por editor

de Claudio Godbeter

Asistir a una representación de la obra La Prudencia, de Claudio Gotbeter, puede ser una experiencia singular. No porque la obra o sus hacedores estén llamados a quedar en los anales de la historia del teatro (con qué autoridad una simple comentarista podría negar o afirmar semejante acerto), sino porque en su estructura el espectáculo sale de los carriles habituales.

La historia es tan sencilla que parece apenas una excusa: dos amigas, Margarita (María Urdapilleta) y Trinidad (Eduardo Santoro) se juntan para celebrar fin de año. Se las ve sometidas a ese ritual repetido sin demasiado entusiasmo más que el que provoca desear que un mal año se vaya para siempre, desear que llegue uno mejor, soñar con lo nuevo. Aunque en realidad no hacen más que establecer un juego de encerronas verbales, en el que compiten en enfermedades y angustias a ver cuál de las dos se siente peor.
En un momento suena el timbre. Y todos, incluido el público, caen en la cuenta de que esparaban a una tercera comensal, Nina (Fernando Noy). Y la espiral de alienación paranoica comienza. Temen abrir la puerta. Dudan de que Nina sea quien dice ser. Eapeculan hasta el infinito sobre los peligros que hacerlo implicaría.
Este es, escuetamente, el desencadenante del conflicto, la excusa para que Gotbeter desate, tanto desde el texto como desde la dirección, una suerte de crescendo que va tomando intensidad hasta hacer estallar en mil pedazos cualquier atisbo de realismo que la propuesta pueda sugerir en el comienzo.

Se podría decir, en este sentido, que la secuencia sería realismo-absurdo-desmesura. Es un teatro que transita en los bordes de la exageración, utilizándola como si fuera una lente de aumento. Entonces se hacen presentes el patetismo y la crueldad, que se conjugan con los tonos sutiles que los actores, todos
impecables, saben matizar. El recurso de que dos hombres se conviertan en mujeres, no en travestis, no hace más que reforzar la idea de que se trata de un juego y de acentuar el hecho de que estamos ante una representación alejada de la vida real.

Aunque el tema, claro, esa especie de desenfrenada carrera hacia la paranoia absoluta que puede llevar incluso a que nos enfrentemos todos contra todos, esté íntimamente ligado a lo que esta sociedad nuestra respira diariamente.
Mayor es el mérito si se considera que la obra fue escrita hace dos años, cuando estos extremos en la sensibilidad social estaban bastante alejados de cualquier probabilidad.

La Prudencia también puede significar un encuentro con la palabra. Porque Gotbeter ya lo demostró en El Funámbulo (con Lorenzo Quinteros), Desquiciados (con Pochi Ducasse y Eduardo Santoro, entre otros) y Si alguien lo sabe, por favor que lo diga (con Marita Ballesteros) -entre otras creaciones-, es un escritor minucioso, que sabe lo que quiere, gozoso en el uso del lenguaje.

Sus actores suelen verse sometidos al desafío de un texto milimétricamente ligado a la actuación, que casi no admite improvisaciones. Por eso, el resultado final queda en sus manos. Intensidades, energía, coloraturas actorales deben necesariamente nutrir a las palabras de intenciones y contenido.
María Urdapilleta es capaz de producir una escala completa de matices y de navegar en las aguas limite de la desmesura con total naturalidad. Eduardo Santoro crea una mujer achacosa y de femineidad vetusta con sutilezas y humor en una justa combinación. Fernando Noy es como una Greta Garbo del tercer mundo, pero no por eso menos glamorosa. Los tres son el instrumento idea para el autor y director, y el deleite del público.