La magia de la teatralidad

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Por editor

El centésimo mono, es un producto único en su especie; hay que verlo antes de que se extinga, aunque sería auspicioso que lograran preservar la especie.

Hace mucho, mucho que algo no me sorprende. Quizás por deformación profesional, quizás por las propuestas que presencié últimamente, quien sabe… pero ver “El centésimo mono” no solo lo logró sino que me emocionó e invitó a la reflexión. ¿No será mucho? Créanme que no.

La anécdota es simple: transitaremos la intervención quirúrgica del protagonista desde su anestesia general hasta el término de la misma. Pero él es un mago, y esa es la llave de este juego de fusión entre la magia y el teatro, entre la vida y la muerte.

Tres intérpretes para afrontar el desafío del personaje central, algunos pocos elementos en escena, no mucho más, salvo el talento mayúsculo de todos los intervienes. Nada está librado al azar, todo está meticulosamente ajustado en un engranaje ajustadísimo que a la vez hace que todo fluya. El juego nos desafía permanentemente a descifrar si hay magia dentro del teatro, teatro dentro de la magia, juegos de reflejos y similitudes y antagonismos que podrían remitirse a laberintos casi borgianos. Diferentes miradas de una misma realidad se entrecruzan con profundas reflexiones sin dejar de criticar y hacerse cargo de los clichés, de los miedos y hasta fobias de la profesión.
Sin fisuras, la fusión es absoluta, jamás se sabrá si el mago actúa o el actor hace magia, si el truco disparó la dramaturgia o las frases hicieron los trucos... Esto es teatro, sentarse y poder entrar en ese código propuesto y vivenciarlo sintiendo que lo que vemos es realidad absoluta, aunque racionalmente sabemos que no.

Para aquellos que buscan dar chispas de vida a sus proyectos escénicos con efectos pomposos, recursos tecnológicos justificados con fórceps e intelectualidades encriptadas, deberían mirar este trabajo que, casi sin quererlo y echando mano a lo más genuino y con una franca honestidad escénica, logra una sobredosis de vitalidad. Nunca mejor aplicada la “trillada” frase: cuando menos es más! Acá lo menos es muchísimo, hasta convertirse en el todo.

Los 3 intérpretes (Marcelo Goobar, Pablo Kusnetzoff, Emanuel Zaldúa) realizan un trabajo memorable que se potencia y optimiza al complementarse aportando lo mejor de cada uno al servicio de un todo; así la impronta gestual, corporal y textual, conforman la integridad de este personaje, creado por esta asociación de contribuciones desinteresadas.

Párrafo aparte para Osqui Guzmán que como director ha sabido administrar todo, desde los recursos, la energía, y el espacio generando una sinergia onírica regalándonos una propuesta distintiva, aun cuando pareciera que todo ya había sido inventado. El equilibrio justo entre lo sutil, lo profundo, lo banal y lo genuinamente payasesco es cuando menos impactante, digno de un alquimista.

Para concluir, debo señalar la emotiva belleza de los momentos finales del espectáculo, donde todo lo que expuse anteriormente se cristaliza en imágenes que difícilmente el espectador pueda olvidar. Una experiencia para volver a creer renovar la fe, en que el buen teatro existe y también la magia de la teatralidad.