La clase media va al infierno…o al menos es lo que merece

Por Silvia Sánchez

Varias son las ideas -filosóficas, teatrales- que pueblan Niños del limbo, la puesta de Andrea Garrote.

Varias son las ideas -filosóficas, teatrales- que pueblan Niños del limbo, la puesta de Andrea Garrote que se está llevando a cabo en la sala mayor del Camarín de las musas.

En principio, las ideas que emanan del limbo en su capa más profunda, aquella proveniente de la teología y que designa al limbo como el lugar al cual van las almas de los niños que no han cometido ningún pecado pero que no han sido librados del pecado original por la vía del bautismo; pero también, del limbo en su acepción más superficial, aquella que implica distracción, “estado de babia”, ceguera liviana.

Y acaso, leyendo las advertencias de la autora y directora, ambos sentido no puedan dejar de pensarse juntos, acaso -desde la mirada de Garrote- la ceguera cotidiana, el aislamiento y el estado de babia sean, por contribuir al mismo, el pasaje directo al infierno.

Garrote perfila una obra política que a primera vista parece no serlo: un grupo de personas reunidas en un taller literario comandado por una profesora de Letras (exquisita la interpretación de Garrote del universo Puan) y un par de intrusos que se hacen pasar por alumnos pero cuyo objetivo verdadero es poner una bomba en el Planetario. La comedia de “puertas”, como la define la directora, se nutre de enredos, distribución de saberes hacia el espectador, y una reflexión sobre los límites de la realidad y la ficción que los plantea, en principio, como difusos.

Pero Niños del Limbo es mucho más que eso; es una obra en la que se reflexiona sobre una clase media cuya realidad es una ficción (al menos para los miles de pobres que ni siquiera pueden imaginarla), cuya ficción se ha vuelto una realidad (como una puesta en escena que no termina de desenmascararse como construcción) y cuyo limbo, lejos de salvarla, la cuestiona. Porque mientras en las sociedades se cortan calles, se votan leyes y se redistribuye la riqueza (o se intenta); la clase media parece estar en el limbo, en esa burbuja ficcional y funcional. Y eso, desde una mirada progresista, es un infierno.

Por eso se agriganta el texto de Garrote, porque arremete con ciertos conformismos, con cierto aislamiento funcional a lo peor de la historia de nuestro país.

Cualquiera de los personajes de Niños del limbo, puede representar al común de la clase media salvo Leonel; el único que parece no estar en el limbo ni serle funcional, aunque Garrote juegue con las alteraciones del sentido común y lo presente como un “bombo”.

Eso: jugar con el sentido. Con aquel que enarboló la redención de la clase media y la condujo al paraíso. Ese paraíso tallado en base a marginales, desaparecidos y muertos que sus integrantes prefieren obviar para que el cuentito tenga un final feliz y los libere de culpas.