Es preferible (o aconsejable) reír que llorar

Por Silvia Sánchez

Los padres terribles es una interesante propuesta que bajo la dirección de Alejandra Ciurlanti, se torna difícil de encasillar en un género dramático.

Especie de “tragedia griega desactivada”, Los padres terribles es una interesante propuesta que bajo la dirección de Alejandra Ciurlanti, se torna difícil de encasillar en un género dramático.
El texto del multifacético creador francés Jean Cocteau (poeta, dibujante, ilustrador, escenógrafo, novelista y director y autor teatral y cinematográfico) fue escrito para su amante de entonces, Jean Marais, durante una prolongada sesión de opio de ocho días. La evidenciación de la figura del incesto, más la puesta en escena del adulterio y la mentira, hicieron que la lógica operara entonces: la obra fue prohibida por inmoral el mismo año de su estreno.

Pero han pasado ya varios años (el texto es de 1938) y los discursos sociales van circulando y corriéndose de lugar, por eso los tópicos de la obra ya no resultan “tan” escandalosos como entonces, tamizado esto -claro está- por la puesta en escena de la directora que puebla a Los padres terribles de un humor que hace más transitable y menos solemne lo pesadillesco.

En una familia burguesa en donde todo parece estar en su justo lugar, un hecho hasta entonces inédito -el hijo de veinte años que por primera vez duerme fuera de su casa- rompe todo ese precario equilibrio familiar desencadenando la acción dramática y dejando al desnudo lo difíciles que son las relaciones humanas, sobre todo las familiares.

Así comienza Los padres terribles: con esa madre obsesionada por ese hijo (a punto tal de convocar a la figura del incesto todo el tiempo en el que están juntos y en el que no también) totalmente desequilibrada y consumiendo insulina. Y continúa -dramáticamente- con una serie de enredos que -a modo de vodevil- van articulando la pieza para que las nociones de principio, medio y fin tengan razón de ser.

El hijo (en un muy buen trabajo de Nahuel Pérez Biscayart) está enamorado de una mujer cinco año mayor que él, la cual resulta ser además la amante de su padre, cosa que él no sabe. A partir de estas dos situaciones básicas (la inicial de la ausencia del hijo que desata la acción, y la de la amante compartida que retrasa su solución), la obra avanza a fuerza de encuentros personales entre los personajes, siendo el de la tía (interpretado por la actriz Noemí Frenkel) fundamental para el desarrollo de la pieza.

La tía es la que puede ver lo que se esconde detrás de esa supuesta armonía familiar, y como puede ver, arma y desarma el rompecabezas para que las cosas puedan tener su lugar. Especie de deux ex machina de la tragedia griega, la tía intenta solucionar las cosas pero a diferencia de aquella poética, el intento de la tía siempre fracasa.

Con la presencia de algunos elementos de la tragedia griega pero con la ausencia de algunos otros (no hay un destino sino voluntades individuales que tejen las situaciones, no hay buenos y malos, la muerte se produce en escena ante el fracaso de esa salvación a último momento), Los padres terribles es un manual de situaciones familiares llevadas al extremo de lo patológico, que ningún estudiante de psicología debería dejar de ver.

Mirta Busnelli -con sus salidas habituales pero no por eso no efectivas- es una especie de Medea ridícula que termina muriéndose y llevándose con ella a la cama (simbólica de un descanso mayor) a toda su familia. Una madre que puede soportar y hasta alimentar el engaño de su marido, pero no el de su hijo. Luis Machín en un muy buen trabajo al igual que Noemí Frenkel (que va creciendo en la medida en que su personaje crece) junto al hijo, completan el cuadro familiar.

Un cuadro familiar trazado con líneas muy delgadas, en el que basta una llegada tarde, una novia-amante (María Alché) para derrumbar el funcionamiento de lo cotidiano y dar paso a lo siniestro. Aquello a lo que Freud acudía para explicar eso familiar que de repente se nos revelaba extraño, ajeno, horroroso.

Por suerte, fue él quien dijo también, que el humor era necesario para soportar ciertas situaciones demasiados horrorosas. Y Cocteau hace muchos años y Ciurlanti ahora, parecen haberle hecho caso.