El equilibrio justo

Por Silvia Sánchez

Mi vida después: Interesante puesta que conjuga con equilibrio, pasado y presente.

Si bien Mi vida después no pertenece al ya clausurado ciclo Biodrama, su escritura (textual y escénica) adscribe a sus lineamientos en tanto trabaja en esa zona porosa entre la realidad y la ficción.
En este caso se trata de seis actores nacidos entre 1972 y 1986 quienes reconstruyen la vida de sus padres: un guerrillero del ERP, un policía apropiador de bebés, un cura, un militante peronista, un empleado de un banco intervenido por los militares y un intelectual. Padres en un tiempo tan potente como tematizado.

Al igual que en otras puestas del prestigioso ciclo que en su momento comandó Vivi Tellas, Mi vida después apela a materiales reales para hacer teatro: cartas, cintas grabadas, ropa, libros; es decir, objetos que cambian de espacio (del real al ficticio) y de tiempo (del pasado al presente teatral e histórico) y que de ese modo, se resignifican.

A través de esos objetos, los actores van narrando la vida de sus respectivos padres y lo curioso es el equilibrio que Lola Arias (responsable de la dramaturgia y la dirección) logra entablar entre la historia (lo que cuenta) y el relato (como lo cuenta) a la hora de narrar. Tal vez sea ese el más grande mérito de la puesta: el mirar con ojos absolutamente contemporáneos la historia pasada sin por eso perder hondura, o mejor dicho, con una hondura acorde a estos tiempos. Como una intersección exacta no solo entre la realidad y la ficción sino entre la palabra y la imagen; acaso por eso la puesta apela a lo visual (se filman, se proyectan imágenes) pero también a lo sonoro (se lee la carta del guerrillero a su amada, se recrean fragmentos de libros)

Ese equilibrio, que no agobia con signos teatrales pero tampoco con metáforas políticas gastadas, puede graficarse en una de las imágenes finales de la puesta, cuando una de las actrices -megáfono en mano- grita los hasta entonces fragmentados sueños de sus compañeros en un solo relato; como si -paradójicamente- fuera en el presente en el único tiempo en donde el sueño incluye a todos.

El virtuosismo de la puesta, que delata la formación de Arias, es correspondido con buenas actuaciones y con seis historias que, más allá de la modulación escénica, impactan por sí solas.