Navaja en la carne

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Por Fabián D´Amico

Duro y áspero triangulo de amor, pasión y sexo con lograda dirección e interpretes.

Analizar el teatro de la crueldad en la actualidad, lo mismo que el teatro de la violencia, en una cultura donde los límites de los géneros han sufrido transformaciones radicales resulta una labor infructuosa. Por eso es extraño leer la expresión “teatro maldito” en el flyer publicitario de Navaja en la carne. Tal vez, ese término sea reflejo de un estilo teatral reinante en los finales de la década el 60 cuando Plinio Marcos escribe la pieza pero no lo es ahora. La obra muestra una marginalidad aún reinante en nuestra sociedad, más allá del paso del tiempo desde su primer discurso.

Una corroída habitación- se presupone en un hotel de poca categoría, alberga a un hombre durmiendo. Ingresa al sitio otro hombre-con exótico peinado y atuendo- llevando en sus manos productos de limpieza. En silencio revisa la habitación, ve dinero debajo de un adorno y sin hacer ruido abandona el lugar con el dinero en su poder. El tercer vértice del triangulo protagónico es una prostituta de mediana edad que irrumpe en el cuarto y empieza a sacarse el pesado disfraz que le da sustento a diario.

EL hombre dormido se despierta y comienza con la mujer una discusión violenta donde queda en claro quién es el dominador y quien la dominada. Una lucha de poder entre un “fiolo” y la hembra que lo mantiene. La pelea tiene su origen en la ausencia del dinero y como éste desapareció. La mujer intuye que fue Masita, un gay muy amanerado que vive en el hotel y que se encarga de la limpieza de los cuartos. Lo llaman a la habitación y comienza entre los tres una lucha de poderes, de deseo, de pasión, de sexo en donde los roles parecen – en apariencia- desdibujarse, en donde los machos no lo son tantos y los débiles muestran sus garras.

Un texto que plantea más acciones dramáticas que profundidad dramatúrgica tiene en Antonio Leiva a un director hábil que le da encarnadura dramática efectiva a los personajes, más allá de la cercanía entre el público y la acción (tanto la platea como la actuación están situadas sobre el escenario del Teatro Empire. Esta proximidad profundiza el contacto pero pierden potencia las varias escenas violentas que a pesar del ahínco de los protagonistas se ven forzadas y lo que serían golpes violetos desde la distancia del patio de plateas, lucen como cuidadas coreografías.

Lo virtuoso de Navaja en la carne proviene de las actuaciones y la cuidada dirección de actores de Leiva. Juan Pablo Rebuffi- como el fiolo- realiza una actuación plagada de matices, quien pasa de la agresión a la culpa y de la drogadicción a la sobriedad con una lograda credibilidad. Junto a él un grata sorpresa el jugado papel de Sandra Villaruel. La conocida comediante de la picaresca nacional cumple de manera precisa el rol dramático de esta prostituta que ama a su hombre, que se denigra por él y que defiende con férrea flema sus “treinta años” cuando en realidad son más de medio siglo. El final del personaje y de la obra es realmente conmovedor. El tercer actor, Oscar Gimenez, tiene el mismo nivel de excelencia que sus compañeros, con un papel que si bien desata la violencia de la trama tiene poco peso dentro de la pieza.

Una pieza, con una lamentable vigencia, sirve de vehículo para el disfrute de una lograda dirección y tres buenas actuaciones en una experiencia que tiene el plus de vivir una obra junto a sus intérpretes en el mismo espacio escénico