Milagros del corazón

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Por Fabián D´Amico

Grandes actuaciones de Virgina Lago y Héctor Gióvine en una historia de amor maduro.

Milagros del corazón del autor ruso Alexis Arbusov estrenada hace dos temporadas en la Sala Payro de Mar del Plata, puede verse actualmente en el Teatro Regina de Buenos Aires, inaugurando la temporada oficial de dicho teatro.

La obra, aunque emotiva y sentimental, necesita de un público teatral habituado a textos profundos y nada pasatistas. Se compara el estilo de Arbusov con el de su compatriota Chevoj, aunque la pluma de este último es notoriamente superior y esta pieza está lejos de ser un clásico.

La particularidad de Milagros del corazón radica en el tratamiento de la trama. La historia de Lydia, una nueva paciente de un centro de salud mental y su médico, es narra mediante una unión de viñetas o escenas cotidianas plagadas de lirismo aunque con pocas acciones dramáticas que planteen conflictos. El primer encuentro de la pareja, la actitud invasiva y extrovertida de Lydia donde prácticamente acosa al médico, la salida a un concierto, los paseos por los jardines de la clínica muestran lo que ocurre “aquí y ahora”, lo que deja preguntas- el porqué ingresa Lydia a la clínica, su historia previa, las salidas de clínica a un concierto durante una internación, la relación amorosa entre médico y paciente- sin responder.

La falta de ciertos indicios o la decisión de anclar la puesta en un tiempo y espacio incierto no hacen mella al disfrute de la pieza gracias a las excelentes actuaciones de los protagonistas. Virginia Lago demuestra en cada una de sus actuaciones un exquisito equilibrio entre la comedia y el drama que solo grandes actrices logran manejar de manera efectiva. Su personaje le permite transitar magistralmente por diversos estados anímicos, pasando de la euforia del inicio hasta el introspectivo final. Su Lydia corona una sucesión de criaturas magníficas que la actriz le ofrece al público hace varias décadas desde su antológica Piaf, las queribles mujeres de Porteñas, Filomena Marturano y tantas otras que creaciones memorables. Junto a ella, en un rol más árido, Héctor Gióvine, en un festejado regreso a los escenarios, dota de humanos matices a un ser realista y un tanto negativo a quien el amor maduro hace florecer su corazón.

Una puesta en escena ágil y minimalista de Manuel González Gil, con bellas proyecciones que dan marco escenográfico a las escenas y un logrado vestuario de Pablo Battaglia, son elementos necesarios y suficientes para ambientar la historia de este particular amor, que permite tomar contacto y disfrutar de dos grandes actores de nuestra escena nacional.