La importancia de llamarse Ernesto

Por Fabián D´Amico

En el Vitral

¿Se puede pensar que una comedia escrita a fines del siglo 19 puede aún divertir al público del 2003? Perecería una hipótesis absurda, pero este supuesto se puede comprobar todos los domingos a las 21 hs. en la sala 2 del Teatro el Vitral. La comedia en cuestión es “La importancia de llamarse Ernesto” de Oscar Wilde.

La pluma filosa, y a la vez, simple en la construcción de situaciones, le valió a Wilde el desprecio de toda la sociedad londinense a fines de 1800 y comienzos del siglo XX, asidua concurrente al teatro, como actividad social, pero pacata y llena de pruritos en cuanto a la temática que se desarrollaban sobre el escenario. Más aún, con la temática recurrente en las obras de Wilde.. la crítica feroz a la hipocresía de la alta sociedad inglesa.
La libertad con la cual llevó su vida personal, se trasladó siempre a sus obras no dejándose censurar por círculos conservadores de su tiempo. Sus piezas pueden ser vistas como agradables y dinámicas comedias de enredos; pero si uno se detiene en el análisis de los diálogos, descubre que están cargados de sarcasmo e ironía. Muchos autores que lo sucedieron, tomaron como base para el desarrollo de sus piezas el ritmo casi vertiginoso de las situaciones, siendo la estructura de sus obras, base para los voudevilles franceses, pero nunca pudieron igualar, los diálogos y las réplicas tan agudas de sus personajes. Lo que hacen de Wilde un adelantado en sus visiones y escritos.

El tema principal de la obra, es la amistad entre dos jóvenes londinenses solteros, y la doble vida que llevan, con nombres y vidas ficticias, para cubrir la apariencia frente al circulo social al cual pertenecen, y del que no quieren ser excluidos. A través de un cambio de nombres y de roles, comienzan a surgir los equívocos, con los incontables inconvenientes que les provocan en su vida amorosa, con sus prometidas, con una tía que representa la aparente respetabilidad de la clase alta, la relación con los sirvientes, y con la gente a su cuidado. El titulo de la obra, hacer referencia al juego de palabras entre ser Ernesto y ser Honesto, ya que de esa virtud, se habla constantemente en la pieza, de la honestidad para con uno y los demás, en todos los aspectos de la vida.

El solo hecho de montar una pieza que hable de “valores” y lo haga en forma divertida, es una situación reconfortante, frente ante tantas piezas vacías de contenido, que se presentan en estos días en Buenos Aires.
El grupo cooperativa “La importancia” demuestra una axioma muy importante dentro del mundo del teatro, “no hay buen o mal teatro, sino teatro bien hecho y mal hecho”. La puesta que este grupo realiza de “La importancia de llamarse Ernesto”, carente de una producción que los respalde, y de un aparato publicitario que los sostenga, logra que el axioma antes mencionado se cumpla con éxito. Con escasos recursos escenográficos, un vistoso vestuario y un aprovechamiento ingenioso de la pequeña sala, la directora Vilma Ferrán, apoyada en un excelente elenco de nombres desconocidos en el circuito comercial, logra plasmar de manera brillante, la atmósfera de la sociedad londinense, y obtener una puesta dinámica durante los 90 minutos que dura la pieza, y que el público agradece al final de la misma.

Un elenco correcto compuesto por: Ariel Langsam, Pablo Falletti, Pablo Lyonnet, Liliana Díaz Setuvi, Patricia Hurrahs, y Ana Franchini, demuestran la gran entrega de los integrantes de este tipo de grupo, a la buena conducción de la directora.

Párrafo aparte merecen dos “composiciones” dentro de la obra, que hacen que las sonrisas del público, se transformen en verdaderas carcajadas.

Tanto Sabrina Pérez, como Carlos Fernández, realizan las mejores composiciones de la obra. Tanto Sabrina Pérez, en el rol de Gwendolen, como Fernández, en la piel de un sacerdote muy particular, logran verdaderas creaciones, tanto desde la composición física con la que dotan a sus criaturas (los gestos de Pérez son desopilantes, como así, el trabajo corporal de Fernández, y en especial la compenetración en su papel, del cual no se desprende un instante, ni aún en el saludo final de la obra.) como en la soltura y desparpajo con el cual dicen sus textos.

En síntesis, la posibilidad de reencontrase con un texto delicioso, y ácido a la vez, que solamente es posible ver en teatros alternativos, como lo es el Teatro El Vitral (es gratamente sorprendente la programación de la sala, la cual abarca todos los estilos y corrientes teatrales, a un precio de la localidades accesible a todos), con un entusiasta elenco y una puesta dinámica y creativa, que merece que sea acompañada por todos los que aman el buen teatro.