Igual que ayer

Por Silvia Sánchez

Dicen que los Discépolo eran dos tipos raros. De esos que veían más que el resto. O por lo menos, de esos que veían más lejos.

Para confirmarlo, basta con releer algunas de sus piezas teatrales escritas a dos o a cuatro manos, basta con tararear algunos de sus archifamosos tangos.
Dicen que fueron grandes retratistas de su época. Y habría que agregar que también lo fueron de épocas que ellos ni remotamente llegaron a conocer.
El organito -pieza de la saga a cuatro manos- es un fiel ejemplo de lo anterior:
el hambre, la desesperación, los hijos que se van, la falta de horizontes, los límites entre lo moral y lo inmoral. Temas que pertenecen tanto a los inmigrantes de la pieza original, como a los tristes y nerviosos sujetos de este siglo XXI.
Este punto de vista oscuro acerca del hombre y su situación -que los hermanos Discépolo han enarbolado- se ha plasmado en lo que se ha conocido en la historia de nuestro teatro como el grotesco: un género que fusionó lo cómico, lo caricaturesco y lo patético y que alejándose de la blanda alegría sainetera, se consagró a la tragedia del hombre modero. Pero aun así no se trató de un género moderno, por eso para entenderlo hubo que partir del realismo y del sainete ya que se trató antes bien, de una deformación de estos dos registros.
La puesta de Alfredo Devita que acaba de ser estrenada en la sala Carlos Carella del Sindicato de Empleados de Comercio -ochenta años después del estreno original- respeta al texto dramático y también a la puesta en escena que caracterizó al género en cuestión.
Y esto último -la lectura que del texto escrito hace el director y el lugar desde el cual crea su propia poética - acaso sea una pena ya que le impide al texto nuevas lecturas escénicas y lo condena a un anacronismo difícil de disimular.

Una escenografía mimética -que reproduce una casa de familia de inmigrantes a principios del siglo pasado- y una galería de personajes típica del género con un trabajo actoral a tono, le impiden a este El organito tomar vuelo y por eso -y a diferencia de los autores- la puesta parece mirar para atrás y no para delante.
El organito acaso sea una buena excusa para pensar en ese “parto difícil”: el que tiene lugar entre las palabras ya escritas y las imágenes por nacer, entre lo viejo y lo nuevo.
Y acaso sea también la triste certeza de ver que bajo los cambios -estéticos, artísticos- los problemas permanecen inmutables.