Estado de ira

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Por Silvia Sánchez

Con un elenco brillante en el que se destaca Paola Barrientos, Ciro Zorzoli presenta Estado de ira en el Teatro Sarmiento.

Se está presentando en el teatro Sarmiento, la última de las obras de Ciro Zorzoli, el joven-maravilla que de un tiempo a esta parte, le anda aportando al teatro humor, preguntas y sobre todo, verdad.

Ahora la hija pródiga es Estado de ira, pieza que indaga sobre los mecanismos de la representación teatral, más específicamente, sobre el mundo de la actuación y sus viscicitudes. Quien crea que por eso la puesta está dirigida a un público teatrero, se equivoca: Estado de ira se goza, se aplaude y se festeja aún sin El manual del actor bajo el brazo.

Una actriz que debe interpretar el papel de Hedda Gabler (otra heroína ibseniana) llega a una dependencia municipal en donde un puñado de empleados se dedica a preparar actores y actrices de reemplazo para las obras que subirán a escena en los teatros municipales.

A partir de esta anécdota-base, Zorzoli y los suyos elaboran un trabajo genial sobre los lugares comunes del quehacer actoral, alejándose -claro está- de ellos.

Así, poniendo en jaque “el deber ser teatral”, Zorzoli parece devolverle al teatro cierta respiración perdida entre dogmas y liviandades, más aún, parece acercarse a esa verdad escénica que tanto lo desvela.

La premisa es que lo que pasa arriba del escenario, pueda romper la mentada cuarta pared y tomar desprevenido al espectador. Teatro encarnado, se podría decir. O sea, lúdico, lucido, desautomatizado, experimental.

El drean team actoral con Diego Velásquez a la cabeza, acompaña a Zorzoli en su aventura, sin fisuras y con encantamiento. Y además (y encima) está Paola Barrientos componiendo a la actriz y componiendo a Hedda.
Si Estado de ira fuera todo lo que no es, o sea, una obra aburrida, fallida e insoportable, el solo hecho de ver el trabajo de Paola Barrientos valdría la pena de haber ido al teatro.

Con vestuario y escenografía de Oria Puppo e iluminación de Eli Sirlin, Estado de ira revisa las convenciones (actorales, institucionales, genéricas), se empacha de buenas actuaciones y es un cross a la mandíbula que, de verdad, no puede dejar de agradecerse.