El imperio de los sentimientos

Por Silvia Sánchez

Nunca estuviste tan adorable

“El teatro, para mí, no es un territorio donde se deba emitir opinión....lo que pasa es que en la opinión uno se siente más seguro, y en la sensibilidad más inseguro, en condiciones de ser estafado”.
Javier Daulte, autor y director de Nunca estuviste tan adorable, va por la vida y por el teatro con el permanente riesgo de ser estafado. Y lo sabe.
La obra que acaba de ser repuesta con gran éxito en el teatro Sarmiento, tiene como musa inspiradora a su familia materna y es la séptima de las producciones del proyecto Biodrama, el cual tiene como objetivo investigar sobre la vida de las personas y contar sus minúsculas biografías.

Nunca estuviste tan adorable presenta dos grandes núcleos temporales: una primera parte que se sitúa en la década del cincuenta -época en que los padres de Daulte eran adolescentes y la abuela Blanca imponía la ley- y una segunda allá por los setenta, con sus padres ya casados.
En esta “obra-cabalgata” (así solía llamarse a las películas argentinas de los treinta y los cuarenta que transitaban varios años de historia) se hace evidente el objetivo Biodrama de abordar la “Historia” (así con mayúsculas) a partir de las miles de historias que la pueblan, en este caso la de Blanca y su familia.
La historia con mayúsculas transcurre puertas afuera y constituye a estos personajes, tanto como la que transcurre puertas adentro. Así, la llegada del televisor o el programa Odol Preguntas, se infiltran por las paredes del departamento de Olivos de los Daulte.

El gran mérito de Daulte es la finísima mirada que posa sobre la que fue su familia. Mirada que -por fina, por aguda y por exacta- se hace extensiva aunque Javier no lo quiera, a lo que es “la familia”. Y no cualquier familia, sino una familia de clase media por esos años. Léase: a) una familia que vive en un departamento porque cree que tiene más status que una casa b) un departamento en Olivos porque queda cerca de la casa del presidente y lejos de Barracas, el lugar que los vio nacer y al cual consideran “de pobres” c) con una abuela que todo el tiempo pide a los gritos que cierren la puerta de la heladera para ahorrar luz (¿quién no ha convivido con esos reproches?) d) con una vecina -Marta- que todo el tiempo está en la casa y a la que los miembros de la familia llaman tía, y con una infinidad de situaciones y personajes que cualquiera puede reconocer fácilmente.

La explotación de lo sentimental -la ternura que despiertan algunos personajes, la risa ante situaciones determinadas como en la escena de la llegada del pretendiente- encuentra su remate en el “final feliz” cual película americana.
No hay grandes conflictos en la obra, no importa mucho que decir en este imperio de los sentimientos “daulteano”: “No tengo verdades muy definidas, solo traté de construir una historia que tuviera consistencia, no de decir cómo es el funcionamiento de una familia, cómo es la problemática de la clase media... Mi militancia en el teatro es no trasmitir verdades porque no soy el dueño de ninguna, en todo caso, generar elementos para que la verdad la pueda construir el espectador”.
María Onetto en el rol de Blanca y Mirta Busnelli como la vecina Marta son para la antología, muy bien secundadas por Luciano Cáceres, Lucrecia Oviedo, Lorena Forte, Carlos Portaluppi y Willy Prociuk, quienes se sacan chispas y dan clases de actuación.
Ellos viven como casi todos. Se casan, tienen hijos, se mudan, quieren progresar, gritan mucho, tardan en atender cuando toca el timbre, se cuentan el final de los libros, pasan mucho tiempo sin besarse, se quieren, se lastiman, se dicen algunas cosas, se dejan de decir otras, tienen amantes, sueñan, hacen lo que pueden. “Creo que es una obra reparadora -dijo en una entrevista hace poco Daulte- aunque por supuesto que he sido crítico de mi familia y me he peleado, traté todo el tiempo de que hubiera una restitución del amor”.
“Son inocentes” dice Javier. Y lo son. Aunque Blanca espíe las conversaciones por teléfono de sus hijos. Aunque el abuelo se vaya a Bragado con su amante. Son inocentes. Y como tal, merecían ser restituidos desde el amor.

Por eso ese final “reparador” -a puro Hollywood- con mamá y su vestido hermoso, bajando de esa escalera, iluminada sobre esa araña de cristal. Y esa música de melodrama. Y ese final con beso. Y esa frontera tan resbaladiza entre la ficción y la realidad, gracias a la cual se puede soñar. No grandes cosas, un sueño modesto nomás. Por ejemplo, soñar que un día, uno se subirá a un teatro a contar una historia en la que los héroes sean los propios padres. Y los héroes - ya se sabe- siempre son además de inocentes, adorables.