El desarrollo de la civilización venidera

Por Silvia Sánchez

El desarrollo de la civilización venidera, brilla en sus interpretaciones.

Empezamos a parecer humanos, se escucha decir a uno de los personajes casi al final de la pieza; cuando las máscaras están demasiado débiles para sostener simulacros y cuando Nora, ha dejado de bailar y ha decidido marcharse.

Nada de lo humano me es ajeno podría decir entonces su director Daniel Veronese, quien ha construido una carrera en la que el teatro intenta ser una forma pura, sin lastres ideológicos ni doctrinas a impartir y en la que, a partir de ello, lo humano (y tal vez más lo deshumano) aparece de manera feroz.

Radiografía de una época de valores victorianos en alza y de una familia burguesa, Casa de muñecas ha sido una de las obras más importantes y escandalosas de Ibsen. En ella, su protagonista Nora decide marcharse y dejar a su marido y a sus tres hijos y esa partida del hogar -que antaño escandalizó a medio mundo y que ya no tiene status revolucionario- no puede dejar de ser leída.

Como si la puesta (y vaya título otorgador de pistas) concentrara sus fuerzas en encontrar continuidades, resabios, consonancias con un despotismo tonto pero efectivo. Como si el espectador se enfrentara con lo humano a secas: sin tiempo, acaso sin sexo. Como si el teatro reanudara preguntas nunca respondidas, o respondidas a medias.

Dentro de esa casa en donde la armonía (habrá que ver si alguna vez existió) se ha roto, los personajes parecen criaturas de Bergman, director al que evocan una y otra vez a modo de forzar un ilusorio distanciamiento.

Más allá de lecturas y contralecturas, El desarrollo de la civilización venidera (que se completará con otra pieza de Ibsen, Hedda Gabler, que Veronese estrenará a fin de mes) brilla en sus interpretaciones: en un Portaluppi cada vez más teatral, en una María Fiigueras patética y estallada y en una Ana Garibaldi tan fría como efectiva.