Donde más duele (4.48 Psicosis)

Por Silvia Sánchez

Con dirección de Luciano Cáceres, Leonor Manso interpreta 4.48 Psicosis; el dolor desde un despojo que no hace más que agigantarlo.

“Para que las palabras no alcancen es preciso una muerte en el corazón”, decía Alejandra Pitzarnik, aquella gran poeta que a muy temprana edad descubrió que las palabras ya no la guarnecían del dolor y por eso, decidió quitarse la vida.

Sarah Kane -dramaturga inglesa- escribió 4.48 Psicosis cuando aún no había cumplido los treinta años de edad, y luego de hacerlo, se mató. “Estoy gorda, no puedo amar, no puedo coger, no puedo escribir”, dice el texto de Kane que Cáceres y Manso están mostrando en El Kafka. Palabras que remiten a la imposibilidad de todo, incluso de la escritura aunque -paradójicamente- Kane recurra a ella.

La obra, interpretada por Leonor Manso, habla con palabras -ese material que se va desvaneciendo hasta doler él mismo- del dolor humano en su forma más radical: no habla de un dolor concreto, habla de “el dolor”, de la angustia ante la falta del sentido de la existencia. Y ante él, el suicidio que para Kane debe ser concretado en tres pasos: a) una sobredosis b) cortarse las muñecas c) colgarse. Y también en una hora específica: las 4.48, la hora en que en Inglaterra se registran las estadísticas más altas de suicidio, la hora en que “la desesperación visita”, como dice la protagonista.

Sentada en una silla, Manso interpreta al personaje en esos momentos previos a quitarse la vida. Iluminada por dos reflectores, la actriz no solo sigue demostrando su talento sino que, casi sin moverse y con el solo recurso de la voz y el gesto, va poblando el ambiente de una densidad de la cual es difícil sustraerse.

Lo que pasa -la acción dramática- pasa dentro de la mente de esa mujer y es allí donde -aunque duela- hay que “mirar”. A esa mente enredada, frustrada y desesperada, hay que sostenerle la mirada. Y no es fácil.

No hay nada más para mirar: solo un dolor atravesado de palabras. Un itinerario que con letras va hablando de frustraciones, de miedos, de culpas, de cuerpos y almas que no pueden casarse. Espejo que uno busca esquivar como sea, y al que la obra le saca brillo para que la mirada pueda ser atrapada.

A ese dolor interno, se contrapone una lluvia de pastillas que en un momento dado caen del techo: psicofármacos de todas las formas y colores que demuestran la inutilidad de lo externo como cura de lo interno.

La autora le hace decir a su personaje que todos los campos de exterminio le pertenecen y acto seguido, habla de “la falta de cordura de los cuerdos”. Kane pone en escena la culpa y nos ubica en un lugar -al menos- incómodo. Esa mujer se va a matar. Nosotros a las 4.48 vamos a seguir durmiendo, tomaremos algo, recurriremos a palabras. Ningún campo es nuestro. Daremos vuelta ese espejo doloroso porque aún no hemos llegado al fondo de los fondos, como dijo alguna vez Alejandra. La poeta que se mató tomando psicofármacos.