Crítica de la razón impura. Laurie Anderson y su 'The End of the Moon'

Por Silvia Sánchez

Comentario de 'The End of the Moon'

Fue Laurie Anderson con The End of the Moon, la encargada de abrir la quinta edición del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, el cual tendrá lugar en diferentes espacios de la ciudad porteña, hasta el día 28 de este mes.

¿Por qué nos odian?, se pregunta la artista multimedia y vanguardista estadounidense Laurie Anderson, mujer de Lou Reed y madre de una perrita fanática del cine independiente. La respuesta -fragmentada y esquiva- quizás pueda reconstruirse a partir de este nuevo espectáculo, ideado a partir de lo que fue su estadía como artista en la NASA, experiencia a la que Anderson catalogó de voyeurística por excelencia: “En la NASA yo era una voyeur, miraba lateralmente todo lo que pasaba y aprendía. The End of the Moon está armado de modo que los espectadores sientan que también pueden ser voyeurs como yo, que también puedan mirar a la ciencia desde otro punto de vista y reflexionar”.

La multiplicación del punto de vista, es decir, la batalla contra el ojo soberano (ojo del que hace poco hablaba Castorf, director alemán que también participa en el festival con una obra inspirada en Un tranvía llamado deseo de Tenesse Wiliams) parece ser una obsesión para Anderson, quien siempre se ubica en el otro punto de la elipse, haciendo trastabillar la propio noción de centro. Postura ideológica que se torna estética, The end of the Moon cuestiona a las categorías dominantes, las “contradice” y las pone en crisis.
Sin embargo a pesar de su afán por hacerlo estallar, el espectáculo posee un centro: la palabra. Y una paradoja: Laurie Anderson, “manipuladora” de la imagen a través de geniales creaciones multimedia, fotógrafa y cineasta, recurre a la palabra hablada, sentida más que mostrada. “Entiendo que la mejor manera de analizar la cultura en la actualidad no es a través de un show multimedia, sino de manera más directa, con herramientas más sencillas y precisas: las palabras”, dice Anderson. Así, con un lenguaje fragmentado -con el que quiso graficar la lógica con la que opera la mente humana- Anderson “trata de atrapar las cosas al vuelo antes de que se conviertan en líneas narrativas”.

En un escenario repleto de velas encendidas, con un sillón rojo a un costado, una pantalla al otro y en el centro un sintetizador, la estadounidense pasa lista a tópicos esenciales (la ciencia, el arte, la belleza, la guerra, la tecnología, el consumismo), casi en soledad, a no ser por los sonidos que provienen del sintetizador o de las melodías del violín que ejecuta (y que para la artista representan su propio coro griego de lamentos). El privilegio lo tiene la palabra: escurridiza, poética, central en su forma y periférica en su contenido. Y con ella intenta lo que las imágenes no pueden (como ella misma dice en el espectáculo acerca de la fotografía): atrapar olores, sensaciones, poder sentir el frío o el calor.
Pero es una palabra torcida, acaso porque para Anderson sean retorcidas las formas y las maneras por las que hoy se decide lo que es bello. Y en ese retorcimiento -o lógica destruida- puede caber -por ejemplo- la asociación entre el miedo que sintió ante unos buitres que desde el cielo bajaban en picada a comerse a su perra cinéfila, y los aviones que arremetían contra las torres gemelas. La conclusión es inequívoca: el enemigo siempre viene desde el cielo. Pavada de definición, sobre todo cuando al cielo se le ha acabado la luna. ¿Por qué nos odian?, insiste Anderson, mientras va diciendo las palabras -retorcidas pero certeras- de manera encantatoria. ¿Porque somos libres, democráticos y ricos?. No, dice desafiando discursos soberanos, apelando esta vez a la razón pura, a la palabra precisa: nos odian porque somos idiotas.
Septiembre 2005