Con una misión bajo las alas

Por Silvia Sánchez

Entrevista de Silvia Sanchez a Rómulo Escola, director de 'Angel Portador'.

En el primoroso café Las Violetas aparece Rómulo pidiendo disculpas por su retraso para hablar de Angel Portador, la obra provocativa y provocadora que lo tiene como protagonista y que surgida a partir de poemas personales, habla del SIDA. Se trata de una idea que desde años comenzó a rondar por su cabeza a partir de “algo personal” y que ya hace tres años pudo ver la luz.

Todo empezó en Arrecifes, lugar en donde nació y en donde de la mano de un padre “teatrero” –que hacía renegar a su madre por las noches en soledad y las sobremesas largas después de la función- se empapó de sainetes, capocómicos y en donde vio poblada la galería de su casa natal de gente del pueblo dispuesta a colaborar con la puesta del mes siempre y cuando el papel en suerte –si se era dama- no fuera el de puta. Pueblo chico, infierno grande.

De ese pueblo chico y acaso por cierta familiaridad con los infiernos hasta sin quererlo –nació en 1976- Rómulo se escapó a la ciudad que ahora lo ve ir de un lado para el otro: armando y desarmando proyectos, estudiando, no parando ni un minuto. Con la excusa de estudiar para contador público, dejó atrás a aquel padre que imitaba a Sandrini pero que vivía de un sueldo del ya fundido Banco del Oeste, y a aquella madre más atrapada por el vocerío pueblerino, para quien ser actor era sinónimo de vagancia.

A modo de respuesta, Rómulo no sólo calló a las voces que lo señalaban con el dedo acusatorio al demostrar que se podía vivir de ser actor, sino que también intimidó a otras: a las que cada noche acuden a verlo y no saben como reaccionar ante alguien que baja de la platea y mirando a los ojos, pregunta sobre temas que al parecer aun hoy resultan difíciles: ¿cuándo fue la última vez que te hiciste un hiv? ¿cómo te cuidas? ¿cuándo tenés sexo oral también te cuidás?. La sala no responde y lejos de ser una victoria para este joven actor, el silencio le parece que nada tiene que ver con la salud.

Rómulo se ríe mucho aunque cuando la risa hace su recorrido para cesar, queda flotando un halo de tristeza en sus ojos, o al menos, un hambre de alegría desbocada. “Para mí esta obra es muy importante, nació como una necesidad y al principio, el Ministerio de Salud de la Nación se interesó mucho en ella y nos pagó un montón de funciones...nunca en mi vida vi tanta plata junta”, dice mientras su celular suena por una película que está por estrenar y el mozo anota el pedido austero de un café. “Al principio la hicimos en el Payró y no era tan angustiante porque teníamos las funciones pagas, ahora en cambio se hace más difícil: es más, me animaría a decirte que no es una obra para estar en cartel, la gente se quiere entretener y no ver cosas que la haga pensar demasiado”.

Pero él persiste, porque cree que la puesta que hoy lo ve colgándose de la escalera que él mismo lijó, tiene la misión de hacer un cambio social.

Formado con Raúl Serrano en sus inicios, pasó por el San Martín, la escuela de comedia musical de Julio Bocca, la de circo de los hermanos Videla y los trucos de la dramaturgia se los enseñó un creador de bellezas llamado Kartún.

Rómulo tiene proyectos que conviven con su trabajo en la Obra Social de los Actores en donde está a cargo de la revista de la entidad. Pero su obsesión parece ser el Angel Portador, esa obra que todo el tiempo está retornando como un fantasma al cual hay que conjurar.

Tarea bastante difícil en un mundo de valentías diezmadas, acaso allí resida su éxito: en animarse a incomodar –como en Arrecifes, allá lejos y hace tiempo- no solo a los pacatos, sino a los que por miedo ignoran que con el SIDA se vive, se tienen hijos, se baila, se goza y se ama.