Acreedores

Por Silvia Sánchez

Marcelo Velázquez no le tiene miedo al eclecticismo.

Al parecer, Marcelo Velázquez (actor, director y docente de teatro) no le tiene miedo al eclecticismo. A su muy buena versión de Criminal de Javier Daulte, le sigue ahora una puesta sobre la clásica Acreedores de Strindberg. Navegando entre estéticas bien distantes y distintas, Velázquez no solo se muestra como un director talentoso y plural sino que también, llena salas.

Esta vez, el desafío era reponer el texto de Strindberg escrito en 1888, pero reponerlo desde su contemporaneidad, es decir, desde un realismo que no se agotara y replegara sobre sí mismo sino todo lo contrario.

Así, la puesta cabalga entre un respeto fiel al texto dramático original y una relectura del mismo en la que la “ideología burguesa de la representación” se pone en duda. O dicho en otras palabras, una lectura que entiende que el arte es representación aunque finja no serlo, aunque se llene de “mundos ficticios ordenados y verdaderos”.

Siguiendo este razonamiento, es obvio que las pantallas que acompañan la puesta de Velázquez cumplen ese rol delator, sobre todo porque hay cierto desfasaje entre las acciones de los personajes reales y las de la pantalla, algo que obliga al espectador a leer la diferencia y a otorgarle a la misma, una interpretación.

De idéntica manera funciona el fragmento de la obra Calderón de Pier Paolo Pasolini, pieza teatral en la que cada acto es precedido por un prólogo a cargo de un locutor el cual alerta a los espectadores sobre lo que en instantes se dispondrán a ver: sobre su estatuto de verdad más que dudoso, sobre su teatralidad.

En tal sentido, la elección de Muscari para decirlo no parece nada inocente: Strindberg-Muscari, o la fórmula perfecta para jugar con el sentido común, para romperlo.

En la misma dirección se encuentra el despojo escénico, solo unos paneles blancos y un sillón: nada de escenografía mimética, ningún objeto del mundo real, nada de anclar en el mundo de referencia compartido. Más bien un escenario limpio, libre para la imaginación, ambiguo.

El texto dramático (en excelentes interpretaciones de Marcelo Bucossi, Mercedes Fraile y Daniel Goglino), en cambio, viene a aportar su claridad, su mundo de referencia, ciertos temas concretos (el matrimonio, la fidelidad, la economía) pero como todo buen texto clásico, es excedido por él mismo hasta alcanzar problemáticas más “abstractas” menos domésticas, esas a las que apunta la puesta de Velázquez.

¿Cuál es la forma artística contemporánea de Acreedores? se pregunta este director que revaloriza la palabra pero que -sin un pelo de tonto- entiende que no es la misma que hace cien años, que hoy está contaminada, que ha perdido el registro de certeza y que a veces -como aquí- se anima a mostrar su vulnerabilidad.