Acerca de nuestras telarañas

Por Silvia Sánchez

Dirigido por Norman Briski, Eduardo Pavlovsky vuelve a Centro Cultural de la Cooperación con Solo brumas.

Dirigido por Norman Briski, Eduardo Pavlovsky vuelve a Centro Cultural de la Cooperación con Solo brumas, pieza que, aunque le hace ole a las etiquetas interpretativas; balbucea sobre viejos tópicos aún vigentes.

Si parte de la obra de Pavlovsky ha puesto la lupa en el “reverso de la perversión”; si hubo un afán en retratar lo cotidiano de la monstruosidad a través de ciertos personajes; en Solo brumas vuelve a instalarse esa mirada.

Solo que aquí ya no se trata de mostrar a torturadores “cumpliendo un trabajo” (como en muchas de sus piezas más emblemáticas) sino de cuatro personajes haciendo su tarea de “identificar bebés muertos”. Tarea que se desambigua al leer el programa de mano y al saber que en Tucumán, las estadísticas de mortalidad infantil son manipuladas ya que se consideran muertos a los recién nacidos vivos que no llegan a los 500 gramos.

Así, aunque Pavlovsky pretenda que el espectador transite lo que ve sin importarle demasiado el mensaje, el mundo macabro de cada día se hace presente en el escenario. Los cuatro personajes (el propio Pavlovsky, Susy Evans Mirta Bogdasarian y Eduardo Misch) se encuentran en un espacio inferior, como debajo de la vida que transcurre sin ellos, en un lugar en donde solo pueden adivinar si afuera llueve o hay sol. La siniestra labor que realizan transcurre a metros del espacio cotidiano, ese que se ve con solo alzar un poco los pies del piso.

Ese “no lugar” en donde las cunas con niños muertos se multiplican con el paso de los minutos, tiene por momentos algún resabio de humanidad: en la foto de Evita, en la radio que grita un gol de Boca. Imágenes familiares puestas en el espacio “neutro” y frío de la muerte.

Con muy buenos trabajos interpretativos, Solo brumas logra por momentos “palabras goce”, como le gusta decir a Pavlovsky y como dice al final de la pieza Eusebio, el personaje por él mismo interpretado. Palabras- fuerza, es decir, palabras no atrapadas por el léxico imperante y por eso, reveladoras de nuevos sentidos.

Acaso la escena en la que los tres personajes escuchan por la radio el relato de un gol de Boca sea una buena imagen que condense la idea anterior: una intensidad que poco tiene que ver con la razón y mucho con el goce. Como la marca registrada de la mueca a la que apela Pavlovsky; como el relato que por momentos se opaca.

Desde aquellas telarañas sobre las que mucho escribió a estas otras, Pavlovsky ha sido además de un dramaturgo coherente, un actor aurático.

Aura que con transformaciones, persiste con el paso del tiempo. Como el horror.