¿La Macocrisis?

Por Silvia Sánchez

Comentario del último espectáculo del grupo Los Macocos

Todo resultaba prometedor: Los Macocos, un supermercado chino abierto día y noche, la música de Kevin Johansen y un teatro en la calle Corrientes.

De aquella época en la que cobraban “un austral más lo que puedas” hasta ahora -hace veinte años ya- Los Macocos dieron pruebas más que suficientes de ser un grupo no solo interesante sino también, prolífico y sobre todo muy personal.

Esa personalidad “macocal” está tejida de un humor que combina una formación “clásica” (se conocieron estudiando en la Escuela Nacional de Arte Dramático) con una “aparente” espontaneidad. El humor del grupo está –según ellos mismos afirman- emparentado con la tradición popular cómica rioplatense, es decir, con una tradición que le sacó la lengua a las “rigurosidades” y le echó mano a diferentes recursos con el fin de hacer reír.

Por eso Los Macocos saben de actuación pero también de acrobacia, de música y –atentos a los tiempos que corren- hasta de nuevas tecnologías, las cuales han incorporado en algunos de sus espectáculos.

Premiados, con un libro en su haber (Teatro desecho) y muchas obras hechas, esta vez el grupo decidió hacer una “comedia musical policial macocal en tres actos”.

En un supermercado atendido por un chino –interpretado por Daniel Casablanca- se comete un crimen, y cuatro son los investigadores que están encargados de encontrar al culpable. A partir de esta “excusa”, desfilan los personajes del supermercado: un carnicero rumano y ciego, un argentino más que piola, una paraguaya, una cajera bonita que soporta los acosos del chino “argentinizado” – para quien el producto si está recién vencido, sirve- y toda una galería de personajes típicos.

El argumento –el crimen y su investigación- parece entonces no importar demasiado, y ser esa excusa que Los Macocos necesitan para hacer lo que mejor saben hacer: gags, chistes rápidos, solos para que se luzca Casablanca y aquí además, coreografías cantadas.

Sin embargo –y a diferencia de otros espectáculos- la cosa esta vez no resulta: la efectividad macocal parece haber perdido no solo el brillo de antaño- ¿será los años?-, sino también su aguda capacidad de observación que a tan buen puerto los condujo en Los inolvidables Marrapodi.

Con la intención de homenajear a aquellos que -con pieles, ojos y lenguas diferentes- sueñan con encontrar su lugar en este lado del mundo, el supermercado macocal es toda una declaración de principios: en él hay víctimas, victimarios, discriminados, discriminadores, culpables, inocentes o meros testigos.

Al finalizar el espectáculo, una pantalla proyecta imágenes de una Argentina que lejos está de la opulencia y la calidez, y no por culpa de chinos, rumanos o paraguayos. La imagen proyectada se refuerza con una pregunta lanzada casi al publico: ¿cómo fue que llegamos a esto?.

A pesar de las debilidades de la puesta –e incluso tal vez a causa de ellas- Super Crisol tiene un mérito: nos convierte en testigos, nos interroga, nos hace mirar lo que no queremos, nos formula la pregunta acerca de quien es el culpable. En definitiva, intenta de una buena vez, que seamos adultos. Lo que nosotros no queremos, es que Los Macocos lo sean. Porque los adultos se repiten, se vuelven solemnes, se olvidan de jugar.